En España hay un político que representa y repite el espectacular papel que tuvo Mario Conde en la banca; la tesis se debe al acreditado politólogo y experto en comunicación Fernando Muniesa, quien propone que cada uno de nosotros adivine quién es el personaje.
Veamos ciertas coincidencias: cuando comenzó su actividad financiera, Conde era un joven abogado del Estado asociado a Juan Abelló, un importante empresario que después quedó apartado de las actividades bancarias de su pupilo.
Nuestro político también obtuvo la protección de compañeros poderosos que, o preventivamente se apartaron de él, o él los relegó.
Con una imagen atractiva, Conde alcanzó la presidencia de Banesto tras desencadenar acciones implacables, rápidas y audaces. Con esos golpes este inesperado intruso eclipsó e hizo aparecer como carcamales a los grandes banqueros tradicionales.
Enseguida, buena parte del país confió en Mario Conde. La gente lo adoraba. Los jóvenes querían ser como él. Era un sugestivo genio que traía fórmulas nuevas y heterodoxas. Un taumaturgo que iba a transformar no solo la banca, sino todo el país. Numerosos medios informativos lo ensalzaban como un líder para España y para el mundo.
Optimista compulsivo, administrador único y estrella del gran banco, Conde siguió haciendo arriesgadas operaciones que, de salir bien, habrían multiplicado su valor, o que podían hundirlo en poco tiempo, a él y al banco: ocurrió lo segundo.
Con ellos cayeron también los accionistas, los ahorradores y los trabajadores. Terminó en la cárcel, aunque posiblemente era tan honrado y bien intencionado como los banqueros considerados respetables.
Lo que ocurrió fue que Mario Conde afrontó trabajos mayores que los que podía controlar, estaba menos preparado que lo que creía, y su optimismo le impidió medir sus fuerzas y las del mundo que lo rodeaba.
Asígnele usted nombre al nuevo Mario Conde y adivine cómo puede terminar la vorágine política que crea.