En el Día de la Mujer Trabajadora Rodríguez Zapatero se dio afectuosos besos en las mejillas con el político del PSOE y líder gay Pedro Zerolo.
En los países musulmanes los hombres también se besan castamente. Pero quizás los socios de ZP en la Alianza de las Civilizaciones, especialmente el ayatolá iraní Jatami, no crean en la inocencia del gesto entre quienes son, para ellos, degenerados infieles .
Véanse las penas, poco acordes con la Alianza zapateril, que se aplican en los países islámicos a la homosexualidad como la de Zerolo:
Arabia Saudita: Muerte.
Argelia: Hasta 3 años de reclusión y multa.
Bahrain: Deportación y hasta 10 años de reclusión.
Bangladesh: Cadena perpetua.
Chechenia: Muerte.
Djibuti: Reclusión indeterminada.
Egipto: Entre 1 y 5 años de reclusión y trabajos forzados.
Emiratos Árabes Unidos: Muerte según el código federal. Hasta 14 años de prisión en Abu Dhabi; hasta 10 años en Dubai.
Irán: Hombres, muerte. Menores, 74 latigazos. Mujeres, 100 latigazos.
Jordania: Reclusión.
Kenya: De 5 a 14 años de prisión.
Kuwait: Hasta 7 años de reclusión.
Libia: De 3 a 5 años de prisión.
Malasia: Hasta 20 años de prisión y multa.
Marruecos: De 6 meses a 3 años de prisión y multa.
Mauritania: Desde la reciente implantación de la sharía, pena de muerte.
Nigeria: Muerte (por derrumbamiento de un muro sobre el reo).
Omán: De 6 meses a 1 año de prisión.
Pakistán: 100 latigazos o muerte por lapidación.
Qatar: Hasta 5 años de prisión.
Senegal: De 1 a 5 años de prisión y multa.
Siria: Hasta 3 meses de prisión.
Somalia: De 3 meses a 3 años de prisión.
Sudán: Entre 100 latigazos y pena de muerte.
Túnez: Hasta 3 años de prisión.
Uzbekistán: Hasta 3 años de prisión.
Yemen: Pena de muerte.
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ARCHIVO DEL CASO COUSO
La Audiencia Nacional ha archivado las diligencias abiertas por el juez Santiago Pedraz para investigar la muerte del cámara de Telecinco José Couso en Irak porque se trata de un “acto de guerra contra enemigo erróneamente identificado”.
Desde la misma semana en la que falleció el reportero, en estas Crónicas Bárbaras se trató de explicar lo que pudo haber ocurrido desde la experiencia de su autor como antiguo corresponsal de guerra y en distintos enfrentamientos guerrilleros.
Los periodistas, como seres humanos, incurrimos en muchas contradicciones. Pero este no es el caso de los análisis que hizo el cronista sobre la muerte de José Couso. Debemos sentir su muerte, pero también tenemos que alejarla de la demagogia y de la politización interesada.
Los verdaderos culpables de este fallecimiento, aparte de los tripulantes de un blindado que dispararon al ver un teleobjetivo que les pareció hostil, fueron quienes enviaron a José Couso con un contrato-basura a una guerra, y él mismo y sus compañeros por aceptar esas condiciones laborales.
Con pocas horas de diferencia y a poca distancia, pero entre los soldados estadounidenses, moría también Julio Anguita Parrado. Su situación laboral era diferente y la reacción de su familia lo fue también.
Estas son las diferentes Crónicas Bárbaras, con las fechas de su difusión en periódicos y, a partir del 1 de noviembre de 2004, en este blog.
9 de abril de 2003, un día después del fallecimiento
PERIODISTAS EN GUERRA
En una guerra el periodista puede morir mientras redacta mentalmente cómo va a mostrar el horror del vuelo y olor de la metralla incandescente, los aullidos de los heridos en el vientre y los gorgoteos de los moribundos.
El periodista vive un éxtasis de exaltación, miedo –a veces se orina encima, como los soldados--, el autorreproche de por qué estoy aquí ahora, y, a la vez, palpa la muerte, las heces y la gloria: puedes rozar la historia sobreviviendo cada día, como los corredores de Fórmula I.
El periodista va a diseccionar la guerra y mostrar sus desastres, pero también a soltar la creatividad y avivar emociones taquicárdicas: te gobierna una droga dura como la heroína, la testosterona.
Julio Anguita Parrado y José Couso, los dos periodistas españoles muertos en Iraq, sabían a lo que iban y que podían perder la vida: todos los que van lo saben
Anguita era un enamorado de Nueva York y de EE.UU.; se entrenó como corresponsal bélico entre norteamericanos y lo mataron los iraquíes como a cualquier norteamericano.
Couso: el sistema electrónico que lo vigilaba desde el tanque que le disparó quizás creyó que su cámara de televisión era el visor de un lanzamisiles; criminal error yanqui en una guerra en la que el fuego amigo mató más que el del enemigo.
Pero así son las guerras, y se va a ellas voluntariamente, esté o no implicada España con los contendientes.
18 de agosto de 2003
OTROS COUSO
A José Couso, cámara español de Tele5, lo mató el 8 de abril un proyectil norteamericano disparado por un tanquista a dos kilómetros de distancia contra los pisos 14,15 y 16 del hotel Palestina de Bagdad donde trabajaban él y su colega, también muerto, el ucraniano de la Agencia británica Reuter, Taras Protsyuk.
Para defenderse, EE.UU. ha informado oficialmente la semana pasada de que donde estaban los periodistas había francotiradores atacando a sus tanques, algo desmentido por otros periodistas que estaban cerca.
Posiblemente todo nació de una torpeza: en aquellos días, americanos y británicos se mataban ellos mismos a decenas por errores de identificación similares.
Pero había una diferencia entre Couso y los Reuter’s: el español tenía un “contrato por obra” con Tele5, temporal y sin seguro de vida para una guerra en la que es fácil morir; el equipo británico estaba asegurado: como otro periodista español muerto, Julio Anguita Parrado.
Al hijo de Julio Anguita, que informaba desde el lado americano, lo mataron los iraquíes; pero tenía una garantía, como exigen los estadounidenses a los informadores en sus filas: su familia recibirá una indemnización muy considerable.
Millones de españoles y la inmensa mayoría de los cámaras de televisión como Couso sufren la misma indefensión del contrato-basura, temporal y por obra realizada.
En la televisión, pero también en la construcción, la minería, la industria, la pesca o la agricultura, todos los días matan a muchos José Couso: nosotros miramos hacia otro lado.
9 de marzo de 2004
ORTEGA, COUSO Y ANGUITA
Por haber sido gravemente herido en una de las guerras de las que informó, y ante la muerte de otro periodista español, el firmante de estas Crónicas Bárbaras desea exponer unas sucintas reflexiones sobre su profesión en los conflictos armados:
1.- El periodista acude a las guerras sabiendo que puede morir o resultar herido.
2.- Arriesga su vida --donde existe violencia hay siempre inseguridad--, porque vibra al ser testigo y narrador de hechos que son noticia..
3.- Es frecuente que las empresas españolas no le faciliten a los corresponsales de guerra algunas salvaguardias físicas y económicas indispensables, tanto para ellos como para sus familias. Las más elementales son:
3.1.- De autoprotección. Como, por ejemplo, chalecos antibalas. Caso Ricardo Ortega, en Haití.
3.2.- Seguros de accidentes y de vida. Si el periodista muere, los familiares deberían ser indemnizados, como correspondería con los de Ortega. No desviarían así hacia otras instancias la responsabilidad de la tragedia, cuando ésta corresponde a la empresa de información que mantiene periodistas en zona posiblemente letal con contratos-basura. Caso José Couso, en Irak.
4.- A veces se va a las guerras para reafirmar el propio yo, para emanciparse personal e ideológicamente, como presuntamente ocurrió con otro fallecido en Irak, Julio Anguita Parrado. Informaba incrustado como periodista entre las tropas de EE.UU., el país que amaba, en un acto más de independencia frente a su padre, dirigente comunista que rechazaba todo lo norteamericano.
14 de octubre de 2004
CORRESPONSALES DE GUERRA
Pocos días antes de la guerra chino-vietnamita de febrero de 1979, un corresponsal extranjero que viajaba por la frontera china vio como una francotiradora vietnamita le disparaba desde un árbol.
La bala le rozó y mató al conductor del vehículo de prensa, bien señalizado, en el que viajaba. Cayeron por un terraplén, y el periodista quedó seriamente herido y con la columna vertebral destrozada. Nada nuevo: su vida ya había estado en peligro en guerras anteriores, como volvería a estarlo después.
De haber muerto, nadie podría decir que había sido asesinado, sino que había caído víctima de su pasión periodística. Como un trapecista sin red, o un piloto de carreras que se estrella, había elegido vivir situaciones de riesgo.
Aparte de pagado, era un riesgo buscado porque los corresponsales de guerra se excitan con la adrenalina que produce la muerte cercana, entre explosiones, silbido de balas, y gritos y olores de los moribundos. Es como una droga. Adrenalinadictos, al menos, durante algunos años.
Lo que deben exigirle los periodistas a las empresas es un seguro de vida elevado, para evitar que sus familias entreguen su cadáver y recuerdo a maniobras políticas para obtener alguna indemnización.
Muchos, como el cámara José Couso, van con contratos-basura. Para que su familia cobre una compensación muchos compañeros lo presentan como asesinado, mártir del terrorismo.
El Gobierno acaba de equiparar ahora a seis de los siete periodistas españoles muertos en guerras a las víctimas del terrorismo: eso agravia a los verdaderos mártires del terrorismo, y a la opinión pública, a la que se manipula.
La familia del séptimo, Miguel Gil, muerto en 2000 en Sierra Leona, ha rechazado dignamente todo homenaje así. Quien firma esta crónica es el herido en la guerra chino-vietnamita.
7 de noviembre de 2004
PRIÍSMO
Como padre amante y bondadoso el Gobierno catalogará, como si fueran soldados en misiones internacionales, a periodistas, cooperantes y religiosos españoles que caigan en una guerra: si los matan o mutilan, sus deudos serán indemnizados por el Ministerio de Defensa.
Todos parecen satisfechos con esta decisión, olvidando que así se pone en peligro de muerte a esos tres grupos de personas cuya supervivencia es responsabilidad suya y de sus empresas o instituciones, no del Estado ni de los contribuyentes.
Desde ahora, cualquier contendiente en una guerra podrá dispararles impunemente alegando que, al estar asegurados como militares, podían ser agentes del enemigo o espías al servicio del Gobierno español.
Por otro lado, se libera así de sus obligaciones a las empresas periodísticas y a las instituciones que deben proporcionarle a sus profesionales seguros de vida y de accidentes.
Este tutelaje gubernamental, con graciosa concesión de prebendas a labores no dependientes de la Administración, recuerda las mañosas compras de voluntades bien conocidas en el tercer mundo y, especialmente, en el México del PRI.
Defensa concederá 140.000 euros por periodista, trabajador de ONG o religioso muerto. No es mucho, pero la cantidad tranquiliza la conciencia de las empresas que envían a estas personas a las guerras sin seguro alguno.
El Gobierno aplica las técnicas del priísmo para que no se repita el caso del cámara José Couso, cuya familia y amigos tuvieron que realizar una gigantesca campaña informativa y de agitación para que su familia fuera indemnizada, porque cuando lo mataron en Bagdad no tenía un seguro de la empresa para la que trabajaba, Telecinco.
Centenares de trabajadores mueren anualmente sin asegurar por toda España. Deberían exigir que los militaricen al fallecer, porque también merecen cobrar indemnizaciones del Ministerio de Defensa.
4 de febrero de 2005
COMPRAR PERIODISTAS
El Gobierno acaba de concederle a título póstumo una pensión y la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo a siete periodistas muertos en guerra, aunque la familia de un octavo fallecido, Miguel Gil, asesinado en Sierra Leona en 2000, rechazó los premios.
Quizás cualquier Gobierno habría hecho lo mismo, pero el caso es que ha sido ZP quien ha utilizado a los muertos para decirles a los periodistas que “os cuidamos, pero a cambio también tenéis que cuidarnos a nosotros”. Quid pro quo. Compraventa.
En España mueren anualmente algo más de mil obreros en accidentes de trabajo. Pero se les entierra en silencio.
Nadie jaleó tampoco a los marinos españoles que, como explicaba esta semana en una carta a varios periódicos el abogado José María Ruiz Soroa, murieron bombardeados por el entonces amigo Sadam Hussein.
Seis tripulantes del petrolero Tiburón, en 1984, y cuatro más en el petrolero Barcelona del Repsol, en 1988.
“¿Por qué sus familiares tuvieron que pleitear ante los tribunales para obtener una indemnización por accidente de trabajo, mientras a los trabajadores periodistas se les concede una especial por decreto-ley? ¿Dependen las medallas y las indemnizaciones de la relevancia pública del trabajador fallecido?”, se pregunta Ruiz Soroa.
Cuando le ofrecieron la medalla a la familia de Miguel Gil, su hermano Álvaro justificó el rechazo porque temía, según dijo, que iban a usar políticamente esa muerte: como se hizo con la de José Couso, el cámara que trabajaba para Tele5 sin seguro de vida adecuado para su peligrosa misión en Bagdad.
Aprovechando la angustia de su familia desamparada, se utilizó a Couso para una campaña demagógica viciada, a pesar de que cuando los periodistas vamos a las guerras voluntaria y entusiásticamente, sabiendo a qué nos exponemos.
22 de octubre de 2005
ASESINOS DE COUSO
Aparte de los tres soldados estadounidenses que el juez de la Audiencia Nacional Santiago Pedraz quiere detener porque mataron con un obús al cámara de Telecinco, José Couso, hay otras personas a las que debería inculpar y encarcelar.
Los responsables de una guerra son los políticos, no los soldados. Quienes combaten y exponen sus vidas disparan contra cualquiera que creen que los amenaza.
Los marines temían que los brillantes objetivos ópticos que manejaban Couso y otros cámaras en el Hotel Palestina, aquel 8 de abril de 2003, fueran iraquíes infiltrados marcando su posición.
Pedraz, el juez que exoneró el terrorismo callejero y las amenazas de muerte de etarras a funcionarios de prisiones, una nueva estrella mediática de las que fabrica tenazmente la Audiencia Nacional, debería apuntar más arriba y dar orden de caza y captura del comandante supremo de los soldados que mataron a Couso, George W. Bush. El notición le daría fama mundial.
Y podría detener a Aznar por complicidad con Bush, aunque las tropas españolas no fueron a combatir, sino como fuerza pacificadora tras la invasión.
Pedraz tiene también otros justiciables sumamente atractivos: los accionistas de Telecinco, entre ellos Berlusconi, y sus directivos.
Porque enviaron a un trabajador autónomo, con un “contrato por obra” y su propia cámara pagada a plazos, a hacer un trabajo peligrosísimo en una guerra.
Pero, seamos sensatos, porque en casos así deberían evitarse la demagogia y el corporativismo: el informador y los suyos tienen que saber que quien va a una guerra expone su vida.
Para acudir hay que estar magníficamente pagado, bien entrenado, tener un gran contrato, un sustancioso seguro de vida a favor de la familia y chaleco antibalas: como Julio Anguita Parrado, muerto por un misil disparado contra los norteamericanos por unos iraquíes a los que no busca Pedraz.