Por los periódicos y las televisiones de toda África circulan profusamente unas imágenes transmitidas por las agencias Reuters, AP y AFP que incitan a emigrar a España legal o ilegalmente, es igual, porque aquí todos serán bienvenidos.
Son escenas entrañables, muy humanas: José Luís Rodríguez Zapatero saluda afectuosamente a los africanos indocumentados que se han introducido clandestinamente en Melilla y Ceuta tras haber vulnerado las leyes españolas.
Pero Zapatero es el presidente del Gobierno español, no el responsable de una ONG de ayuda a los inmigrantes. Teóricamente es el primer garante de que se cumplan las leyes, incluidas las de acceso a España-Europa.
Fotos y grabaciones muestran las sonrisas del presidente español, encantado con los vítores de centenares de irregulares que le pedían permisos de residencia.
Zapatero cultiva los gestos. Cuando en un desfile permaneció sentado ante la bandera estadounidense calculó cuál sería el efecto de su actitud entre los españoles antinorteamericanos, que desde ese momento lo veneraron.
Pero no previó las consecuencias entre los norteamericanos y sus aliados, que antes de la retirada de Irak ya habían capidisminuido al ahora presidente. El insulto a su bandera, más que la retirada de Irak, provocó los ninguneos de Bush, que redujeron drásticamente la influencia de España, incluso entre sus socios europeos.
Por su humanidad, el gesto de Zapatero el Africano traerá a la larga consecuencias mucho más embarazosas que las que había calculado: entre el deseo de huir del continente, el sueño de Europa y las imaginaciones disparadas ante las zapateriles imágenes, más africanos que los que pueden acogerse han recibido la idea de que España está gobernada por una ONG que los recibirá bien, aunque lleguen ilegalmente.
Ese es el mensaje que, legalizando lo irregular, Zapatero ha enviado a toda África.