En su carta abierta al presidente Rodríguez Zapatero denuncia usted la actitud de los dirigentes de su propio Partido Socialista de Euskadi por equiparar a las víctimas del terrorismo con sus verdugos.
Y recuerda usted que José Antonio Pastor, su portavoz en el Parlamento vasco, igualó a unos y otros con medias palabras, esas que usan numerosos nacionalistas para absolver a los asesinos.
Pastor, además, envió mensajes conciliatorios a ETA y en ese cambalache lamentó que víctimas y verdugos pertenezcan a “dos mundos que han estado apartados”.
Denuncia usted, Rosa, la traición a la lucha por la dignidad de las víctimas que están consumando los actuales PSE y PSOE. Perpetrada para mayor escarnio en declaraciones al diario proetarra “Gara”, que se ha convertido en la voz de los socialistas que se rinden a ETA.
Pero su carta podría tener igual contestación que la recibida por la madre de Irene Villa, que le explicó el pasado viernes a ZP cómo su hija, a la que le cercenaron las piernas los terroristas cuando tenía doce años, en 1990, aún se pregunta por qué sufrieron aquel atentado.
Y Rodríguez Zapatero respondió, retador: “También mataron a mi abuelo”. Su abuelo. Fusilado veinticuatro años antes de su propio nacimiento. Hace setenta años, al iniciarse la Guerra Civil. Alguien cuya vida le ocultaron sus padres hasta que fue adulto. Así le contestó a una madre cuya hija sobrevivió milagrosamente chorreando ríos de sangre por los muñones de sus piernas.
Las víctimas recientes de ETA están más lejos de este presidente que la Guerra Civil. En este nuevo y distinto PSOE los mártires del terrorismo contemporáneo son esqueletos, desaparecidos fantasmas, aunque no así alguien de hace siete décadas cuyo espíritu resucita ZP para agitarlo espectral y ritualmente.