Despreocúpese usted de la ley que prohíbe fumar: la degradación del talento español comenzó cuando la gente sustituyó la palabra pitillos por la de cigarrillos, cuando se cambió el castizo lenguaje de Pepe Isbert por el anglicismo cigarettes, de Clark Gable.
Revise usted la literatura o la pintura española de la primera mitad del siglo XX, cuando los autores fumaban pitillos y verá que producían mucho más arte que en la segunda mitad del siglo, cuando los pitillos se volvieron cigarrillos, influidos por el lenguaje cinematográfico: porque los sustantivos afectan a la calidad de la obra humana.
Las palabras imprimen carácter, y como España no rechace seriamente eso de que es un “país de países”, como exigen Maragall y sus asociados, perderá su naturaleza: igual que sus artistas y escritores se volvieron mediocres por decir cigarrillos en lugar de pitillos.
Ahora, y como aquí se imita tanto lo estadounidense, también se emulan las leyes que obligan a inhalar hollines fuera de lugares cerrados.
Sin malos humos España va a perder el poco talento que le restaba desde que cambió el nombre de pitillos por el de cigarrillos. Está probado que los pitillos infundían mayor talento y mejores ideas a los fumadores.
La decadencia del imperio también se inició cuando los españoles dejaron de proclamar que Cristóbal Colón compartía tabacos con los habitantes de la isla La Española. Medio siglo después un inglés, John Hawkins, se apropió del uso de las volutas: lo hicieron Sir.
Prohibidos los pitillos y su degeneración, desaparecidos los cigarrillos, ¿de dónde van a sacar el talento los pocos creadores españoles que quedan?.
Además, acaba de morirse el cerillero que vendía inspiradores pitillos en del Café Gijón, y a los escritores de esa Colmena se les ha secado el seso.