Alguien supuestamente de izquierdas agredió a una señora del PP del barrio madrileño de Vallecas por pedir firmas para que el Gobierno convoque un referéndum sobre el Estatut de Cataluña y la igualdad de los españoles.
Los populares deberían explotar la imagen de esa mujer doliente, aparentemente de clase media-baja: tienen poca gente de tal condición en sus mesas ppetitorias, ocupadas habitualmente por damas de costosas prendas de pieles y caballeros con fino bigote y abrigos loden verdes, a juego con sombreros austriacos de cazador.
Ay, la derecha, la derechona: por lo general da una imagen señoritil, de señoritos burgueses y despectivos, émulos de Aznar con Lacoste y Sebago.
Supongamos que la demanda de la gente del PP está justificada y que los militantes podrían movilizar a buena parte del pueblo español: pues, posiblemente, esa figura tan montera y chulesca que domina el mundo pepero repelerá a numerosos candidatos a apoyarlos.
La derecha ignora la escenografía popular y populista. Es como esos viejos teatros de olor rancio, con terciopelos descoloridos, y palcos de dorados descascarillados: fueron grandes, pero han pasado de moda. Quizás en ellos se represente una magnífica obra, y los actores sean buenos, pero el cartel atrae a pocos clientes y los que entran en la sala desean marcharse enseguida.
Las mesas ppetitorias vienen de un mundo así de marchito, no necesariamente franquista, sino de una época ajena a la contemporaneidad deconstruida que lo domina todo.
Si el PSOE pusiera mesas con propuestas absolutamente irracionales, obtendría la firma de muchos simpatizantes de los populares, porque la izquierda sabe atraer espectadores: domina la tramoya y disfraza a sus postulantes con atractivo aspecto de intelectualidad rebelde, cultura pop y sabiduría despistada e idealista. Quizás sus cómicos sean malos, pero actúan mejor en la vida real.