El cronista tiene un amigo educado en un colegio salesiano que ya adulto cuando se cruzaba con un cura le llamaba ¡Cuervo!, hasta que uno de ellos le respondió ¡Hijo de...!
Estupefacto, el amigo no repitió sus gritos, pero escribió un libro, “Religión para Ana y Laura” (Akal), dedicado a sus dos hijas, en el que proclamó su ateísmo.
El cronista tiene familiares protestantes, católicos comunes y del Opus Dei, árabes cristiano-maronitas, persas chiítas no practicantes, una tía china budista, confuciana y bastante cristiana, un tío judío, una tía ortodoxa, todo tipo de familiares luteranos centroeuropeos y nórdicos, y así. También tiene parientes indiferentes y ateos. Tiene una pintoresca familia multinacional, multicultural, multirracial, pluricreyente y con algunos elementos agnósticos.
Los maronitas conocen bien las matanzas permanentes que, lanzadas por musulmanes, vienen sufriendo desde el nacimiento del islam los cristianos en el oriente cercano, y los chiítas no practicantes saben como se las gastan los ayatolás iraníes. Les tienen pánico y asco, y se han exiliado.
Entre los allegados al cronista ninguna creencia inspira miedo, con excepción del islam yihadista, este que está despertando, tanto chiíta como sunnita. Es más violento que el peor cristianismo de bastantes siglos atrás: en las épocas inquisitoriales, nunca los procesos religiosos fueron tan crueles y sangrientos como los actuales en tierras musulmanas.
El amigo del cronista veía cuervos en los curas que, seguramente, lo habían amargado haciéndolo estudiar. Lo que no le vino nada mal para su vida profesional. Aquellos molestos salesianos en realidad eran sabios divulgadores de saberes, lo contrario de cualquier imán o ayatolá ignorante y obtuso que pide como hace casi catorce siglos sangre y muerte en nombre de Alá, y que emplea armas terribles para servirlo.
Inevitablemente, la violencia que emana el islam más extremista crea islamofobia, un sentimiento defensivo y profiláctico. No es fobia a las personas de fe musulmana, sino a un credo que está siendo dominado por predicaciones agresivas.
Y no es el racismo que denuncian numerosos muticulturalistas, que defienden toda cultura, incluida la incultura: como tampoco era racismo, sino simple reacción y provocación anticlerical, llamarle cuervos a los curas.