Rodríguez Zapatero está seguro de que será un héroe si consigue que desaparezca ETA, aunque sea a cambio de concederle al nacionalismo vasco la cosoberanía que reclama y de liberar a los grandes asesinos terroristas.
Cree que eso le agradará al español mayoritario retratado en sus encuestas: sin ideales colectivos, hostil a todo esfuerzo general como parte de una nación, que como mucho se interesa por su región, y centrado en sus intereses y necesidades primarias.
Volvemos a la decadente España de Góngora: “Ande yo caliente y ríase la gente”. Ese es el ciudadano al que ZP se dedica, y cuyo carácter está confirmado por los sondeos que guían su política nacional e internacional: paz, talante, buen rollito, todos somos buenos.
La misma impresión está contrastada también por los nacionalistas regionales, aunque ellos creen que despertarán en sus territorios al paisano defensor de cantones, condados y reinos.
Nada extraño: es también el perfil que tienen de sí mismos buena parte de los propios españoles. Sin necesidad de encuestas es bastante acertado verlos como individualistas y medrosos, ciegos voluntarios ante el peligroso mundo que se les echa encima.
ETA difícilmente puede volver a asesinar. Está debilitada, pero, sobre todo, la eclosión de los islamistas ha hecho especialmente odiosa su actividad terrorista. ZP lo sabe. Y, en lugar de apretarlos hasta la rendición total, les concederá una salida satisfactoria para exhibir urgentemente lo que llamará su paz.
Tras la disolución etarra los españoles desparramarán felicidad, sin percatarse de que cada día estarán más endebles, localistas y sin afanes comunes.
Los más dichosos serán los yihadistas, que ya no ocultan que esperan reconquistar Al Andalus: saben que España, cuando pierda definitivamente su carácter y sus afanes comunes, estará inapetente y madura para recibir su doctrina.