Si usted analiza el historial de la mayoría de los terroristas de ETA recluidos en prisión observará que antes de ser detenidos eran incultos, haraganes y vulgares matones, tipos que seguramente se pusieron a asesinar para no tener que estudiar como les exigían sus padres.
Pero, milagro, cuando salen de la cárcel llevan con ellos uno o varios títulos universitarios, lo que podría hacernos creer que el encierro es bueno para el hipotálamo.
Sin embargo, por lo que se sabe de su vida carcelaria, los etarras se dedican poco al estudio. Hacen actividades más pedestres, como ver los concursos-basura y el fútbol por televisión, insultar a los funcionarios, gozar de bacalao al pil-pil que les mandan sus familias y jugar al mus.
Los condenados a mil años salen enseguida, y con títulos. Sobre todo, de sociología y periodismo. Con razón dice la leyenda que quienes nos dedicamos a actividades tan especulativas somos poco de fiar.
Les concede los títulos la Universidad del País Vasco (UPV), que no posee atribuciones legales para ello, porque debería emitirlos la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). No importa: la UPV da las licenciaturas sin preguntar y sin que los supuestos estudiantes hayan necesitado abrir un libro.
Hasta estos últimos días los partidos de ámbito nacional, el PP y el PSOE, denunciaban al unísono esas concesiones, que exigían revisar. Pero, inesperadamente, los socialistas han variado la postura y rechazado crear una comisión oficial para investigarlas.
Con ese giro radical, la universidad de la vida le señala a los jóvenes desorientados o malos estudiantes que el PSOE, aliado ahora con los nacionalistas, les franquea una nueva vía para que se licencien y doctoren sin necesidad de estudiar.
Solo tienen que hacerse terroristas. Unos cuantos asesinatos son una excelente licenciatura universitaria. Muchos muertos en un atentado gigantesco, el doctorado. Humillar después a las víctimas, una cátedra por oposición en la UPV, como se han dado casos.
Las cristalerías y los negocios similares se le montan a quienes ni siquiera son capacer de leer, como Cándido.