Les conquista el corazón y por eso salen arrobados, en éxtasis, irradiando felicidad, como esos soles que se dibujan con una gran sonrisa.
Dándole la mano a ZP tras su encuentro del pasado lunes se diría que Gaspar Llamazares había vivido la intimidad de Ava Garner, y que él era uno de aquellos españolitos subdesarrollados a los que la diva elevaba al paraíso regalándoles su cuerpo por una noche.
Estaba arrebatado, Llamazares, y los votantes de Izquierda Unida deberían preguntarse por qué van a apoyar a esa coalición si su jefe mira a su rival de la izquierda como Marcelino Pan y Vino al Cristo que le hacía milagros.
Le pasó igual a José Luís Carod (o Pérez) Rovira, que como también es bajito y ZP alto, gira hacia arriba el rostro para poner la encantadora sonrisa de las focas que van a recibir una sardina.
Artur Mas no es menos feliz y entra en éxtasis cuando ve al presidente, cuyo talante enajena a todo el que se adentra en su hábitat.
En las ruedas de prensa posteriores a esos encuentros todos hablan como los enamorados a los que les han dado el “sí” y promesa de matrimonio.
Porque ZP a todos les da ese sí, y les hace protesta de amor eterno. En una ocasión, el año pasado, hizo igual con Mariano Rajoy, y el líder del PP parecía besarse la mano que había estrechazo la de ZP.
Deben de ser sus azules sonrisas: le llaman el Kennedy español. Aunque otras personas lo identifican más con la enseña del limpiametales Netol.
Pero ZP encandila. Aunque después los traicione y abandone, como a su amante Carod (o Pérez) Rovira: lo hizo para dedicarle temporalmente sus noches locas a Artur Mas.