En los partidos de fútbol de fin de año de selecciones extranjeras contra las autonómicas catalana, gallega y vasca, distintos grupos nacionalistas quemaron banderas españolas con gran algarabía.
El odio de los nacionalismos a los símbolos comunes de 44 millones de españoles exige agraviar esa bandera que representa a la Constitución, única garantía de que persistirá la democracia en este país.
Recordarlo no es ejercer nacionalismo españolista, sino usar el sentido común para contrastarlo con la perspectiva que ofrecen las banderías ultranacionalistas que desprecian a los discrepantes, y cuyo radicalismo asusta a los ciudadanos conscientes.
Los dirigentes nacionalistas que apadrinan actos como esas quemas crean nuevos mitos de pureza para enardecer a sus mesnadas, para enfrentarlas a quienes no son gregarios y para humillar a la ciudadanía de otras comunidades, especialmente las cercanas.
Estos patriotismos regionales han creado individuos uncidos en rebaños exaltados. Y la rebeldía individual española que admiraban los viajeros extranjeros del siglo XIX ha desaparecido porque los agraviados se ocultan, intimidados.
Y si durante el franquismo había quien se situaba tras la bandera del águila para no desentonar ni parecer conspiradora, ahora los mismos siguen una bandera nacionalista para que los nuevos nazis de la purísima tribu patriótica no les llamen, paradójicamente, fascistas.
Es que la gente le tiene miedo a la siempre latente violencia ultranacionalista. El terrorismo de ETA ha demostrado que la identidad pueblerina triunfa intimidando a las masas.
Y ahora, los nacionalistas fundamentalistas, los hooligans patrióticos no solo vascos, ya casi no necesitan emplear la violencia: apabullan verbal y moralmente a este pueblo pusilánime de asistentes al fútbol, o a cualquier acto, en el que quienes se indignan con la quema de banderas españolas no se atreven a protestar.
Porque los que asesinarían si alguien agraviara sus banderas regionales tienen atemorizada a esa masa incapaz de rebelarse, incluso, para defender su dignidad o su vida.
LECTURA RECOMENDADA
Pocos periodistas de diarios catalanes se atreven a expresarse con la libertad con la que lo hace el siempre incisivo Manuel Trallero.
La Vanguardia, 02/01/2006
La Cope como excusa
EMITIR UN JUICIO sobre los límites de la libertad de expresión es simple y llanamente ejercer la censura.
No me gusta la emisora de los señores obispos; me repatean los higadillos el señor Jiménez Losantos y toda su tropa de vociferantes engreídos; aborrezco lo que dicen y, aún mucho más, cómo lo dicen. Y ni siquiera sirven para subirme la adrenalina ni despertarme de repente como sostienen algunos. Pero una cosa es estar contra ETA y otra muy diferente es estar a favor de la ilegalización de HB o del cierre de diario Egunkaria. En Catalunya llueve no sólo sobre mojado, sino sobre mojadísimo. Aquí, por hacer un repaso somero, sólo se han elaborado desde el Gobierno informes sobre medios privados y periodistas, afines o no, a ese Gobierno; aquí se ha impedido el acceso a los informadores en el Carmel, donde se ha acordado lo que era noticiable y aquello que no lo era; aquí se ha dado pábulo al rumor del 3% en sede parlamentaria, publicado aquel mismo día por un medio de comunicación. Por favor, la resolución del Consell de l´Audiovisual de Catalumya sobre la emisora no es un trámite más, como sucede en el resto de los países de nuestro entorno, por la sencilla razón de que en ellos no sucede lo anteriormente reseñado o, cuando pasa, se arma la marimorena, y aquí no pasa absolutamente nada. O pasa que lo de Pascual Estivill lo sabía todo el mundo, pero nadie dijo nada. ¿Para qué? Pero es que además emitir, desde el órgano regulador de una simple concesión administrativa, un juicio sobre la constitucionalidad o no de unos contenidos y sobre los límites de la libertad de expresión es simple y llanamente ejercer la censura, implantar un régimen de excepción y suplantar a los jueces, por mucho que lo haya elegido el Parlament catalán por unanimidad. Pues será eso, la censura del Parlament de Catalunya. ¿Qué quieren que les diga?
Para mayor recochineo son siempre los demás, los otros, los del Partido Popular. Porque claro está, cuando el señor Heribert Barrera -uno de los nuestros- utilizó su libertad de expresión para efectuar una soflama racista, no pasó nada. O cuando el señor Oriol Mallo escribió: "Decidlo claro, nos queréis exterminar ahora que sabéis que somos pocos, cobardes y débiles. Pues nosotros también os queremos exterminar", en referencia a los firmantes del manifiesto Ciutadans de Catalunya -que ni he firmado ni pienso firmar-, no sucedió tampoco nada. ¿Qué va a pasar? Aquí, en Catalunya, cuando se ha imitado la voz del señor Pasqual Maragall, desde emisoras catalanas, para tomarle el pelo a la presidenta de la comunidad autónoma de Madrid, todos les hemos reído la gracia porque - claro está- eran del PP. Pero cuando lo hace la Cope con el señor Zapatero y el presidente de Bolivia, el Col · legi de Periodistes pone el grito en el cielo, y en cambio apoya la libertad de expresión del señor Carlos Fanlo, que escribió sobre Jiménez Losantos: "Los de Terra Lluire te tirotearon. Fueron crueles al herirte en la pierna. De haber apuntado al corazón, nada te hubiesen lesionado porque careces de él". Aquí no se insulta, ¡qué va!, sólo que Salvador Sostres, uno de los nuestros, cuya abuela hace las mejores croquetas, escribe: "Desde Felipe V, Catalunya no ha tenido peores enemigos que la miseria moral y política que esconde el PSC (...) Ningún rastro de esta nobleza se encuentra en la gentuza del PSC, que muchos años después todavía machaca el clavo del trabajo que inició Franco, que quiso eliminar Catalunya por la vía de llenarla de inmigrantes españoles".
Pero, por favor, que nadie se equivoque, ya ha empezado la caza de brujas, porque detrás de la Cope vamos los demás.