Mientras el Gobierno y sus aliados, además del Gobierno vasco y Batasuna, anuncian un inminente “proceso de paz”, la policía informa de que ETA adquieren nuevas armas en la ex Yugoslavia, Italia y Portugal.
Revelación que aparentemente contradice la creencia de que estamos abocados al final del terrorismo: es ilógico que ETA invierta lo que obtiene chantajeando a los empresarios en comprar armas que debería entregarle al Gobierno español.
Por tanto, las adquiere para usarlas. Pero, ¿para matar a quién?. ¿Cuál es el objetivo que, demonizado en operaciones propagandísticas generalizadas, podría justificar que lo asesinen por oponerse al “proceso de paz”?.
El tópico del “proceso de paz”: una frase creada por ETA y sus allegados, y que repetimos como si estuviéramos en una guerra entre dos ejércitos, cuando se trata de acciones de una banda de delincuentes, hoy mafiosos, que asesina a ciudadanos indefensos.
Y llamamos “el final del conflicto” a que esa mafia deje de matar, como si actuara en una guerra de liberación, en una civil o en otra que enfrentara a países.
Fin del conflicto, falsa paz que exige territorios, la ruptura de España: es la victoria secesionista “de la que estamos cerca”, dice Otegui.
Aparte de muchos ciudadanos individuales, solo se enfrenta a ese escenario una fuerza política. De derechas, incluso fascista, porque “solo la extrema derecha se opone a la paz”, proclama José Blanco.
Las fuerzas políticas mayoritarias denuncian al PP como un extremo equiparable al otro extremo, ETA. El mensaje subliminal es que la paz llegará si se acosa a los populares hasta que se retracten.
Represión etarra, pero positiva, justificable, porque ablandaría la resistencia de los fascistas. Que tiemble, pues, el PP, culpable para los terroristas y para quienes dicen buscar la paz.