Todos los días España rehúsa concederle asilo a extranjeros y apátridas en peligro de muerte por su raza, religión o ideología, pero dento de poco aceptará a los gays que lo soliciten sin que tengan que probar objetivamente que en otros países los segregan o persiguen por su sexualidad.
En las fronteras españolas están rechazando refugiados con dificultades para demostrar su martirio, como exige la ley de asilo, y el proyecto de una nueva ley que elabora el Gobierno seguirá pidiéndoles estas pruebas a todos los demandantes.
Menos a los gays, de los que bastará casi solamente su palabra para que se acepte que han sufrido discriminación o maltrato.
Con un proyecto así, y ante cualquier conflicto diplomático con España, algún vecino norteafricano podría llenar el país de malhechores, como hizo Fidel Castro vaciando sus cárceles de delincuentes, pero facturándolos a EE.UU. como gays a los que liberaba.
Mientras, se desdeña a los cristianos y a los animistas inmolados en el genocidio al que los someten los islamistas sudaneses, y se le cancela la condición de asilados a notables ecuatoguineanos víctimas de Obiang.
Contrastando estos casos con el de los homosexuales, se diría que el proyecto gubernamental está redactado por legisladores gays para importar gran número de quienes comparten sus preferencias sexuales.
Se nos está diciendo que la sexualidad, y aquí no importa su orientación homo o heterosexual, es más importante que toda cualidad moral, o que cualquier sufrimiento o mérito.
Y, por encima de ello, que la homosexualidad merece ser discriminada positivamente, más gratificada que cualquier otro valor o característica humana.
Como todo esto es ilógico, el documento parece la creación de algún obseso sexual. Obsesión y sexual: obsexión, neologismo muy rotundo que debería incorporarse al Diccionario de la Academia.