Los niños de la posguerra estaban obligados a estudiar en la escuela la “Salutación del optimista”, poema del mestizo nicaragüense Rubén Darío, que cantaba: “Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda, espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!”.
El racismo franquista presentaba graves contradicciones: loaba al blanco romanogermánico, incluyendo a los suevos que recupera ahora el BNG, y alababa simultáneamente a la amalgama étnica iberoamericana de padre conquistador cantada por Darío.
Un racismo que solía tener dos clases de simpatizantes: los hijos de derechistas admiraban las razas blancas, y los de familias izquierdistas o liberales, simpatizaban con lo mestizo.
En el patio del colegio, los niños de derechas jugaban a ser el Athlétic de Bilbao porque representaba la pureza blanca más antigua, la auténticamente española. Muchos fundadores y dirigentes de Falange eran vascos, y lo vasco, durante el gran fascismo, representaba lo primigenio: la raza imperial de los conquistadores de indios, la de la furia de Zarra, no la de los pueblos conquistados.
Lo mestizo e inferior correspondía a quienes se identificaban con equipos poco homogéneos y algo rebeldes.
Debe recordarse la explotación del componente racista del Athlétic durante el franquismo. Fue la época de sus grandes triunfos, de las copas que le entregaba con orgullo el Generalísimo, de los momentos en los que los grandes héroes de la Selección Nacional de fútbol eran vascos.
Ese racismo es perenne y sigue en boca de algunos responsables del club, como Javier Clemente, su entrenador, de familia castellana antigua, pero nacionalista del PNV: afirma que el barcelonista negro Eto’o le escupió a un jugador del Bilbao porque “acaba de bajar del árbol”.
Típico nazismo arzalluzista, nacionalismo franquista y vascoespañol. Herencia del forofismo del Athletic, aunque no todos los españoles seguidores del club fueran racistas.