Un catalán, un gallego o un vasco liberados de su entorno regional, abandonarán su nacionalismo para transformarse en cosmopolitas o en españolistas, que es una buena manera de sentirse libres del opresivo ambiente localista que dominan los provincianos incapaces de salir de sus orígenes.
Así, lograrán que coexistan dentro de ellos, como círculos concéntricos, su región, la nación española y el cosmopolitismo, porque habrán comprobado que el mundo es más amplio y apasionante que la perenne sed localista de sorber solamente la leche materna.
Aún manteniendo su pasión por donde nacieron y lucharon por su prosperidad, los cosmopolitas observan desolados como crece el número de quienes viven pasivamente adorando a su madre tierra, sumergiéndose ciegamente en el “infantil estado lactante del adulto mamón" para el que no hay mundo alrededor, como decía Erich Fromm,.
El cosmopolita que vivió en territorios lejanos, gratos unas veces e inhóspitos, otras, descubre que se le hace pesado y estresante sobrevivir en su tierra originaria entre los adultos mamones de Fromm, siempre acomplejados, quejosos y aferrados a la maternal glándula mamaria.
Los adultos mamones de Fromm culpan a España de vaciar el seno materno, cuando ellos sorben sin dejar que aumente la producción láctea, y rechazan crecer para tomar alimentos sólidos.
Los cosmopolitas, disgustados por el olor de los fluidos de los adultos que son usuarios de pañales, huyen entonces hacia otras tierras, españolas o extranjeras, donde no exista esa presión patriótica, lactante y plañidera.
Es cuando mutan hacia cosmopolitismo o hacia el españolismo. España no exige grandes fidelidades, concede libertad de pensamiento, de actitudes, de lenguas, y posee una Constitución indigesta para los mamones lactantes de Fromm: España es alimento para adultos.
El nacionalismo de los nacionalistas, más que el miedo a volar, a la libertad, que decía también Erich Fromm, es temor a perder la glándula mamaria.