Las fragatas, como los portaaviones, son barcos que si entran en zona de guerra no lo hacen para darse un saleo, sino para participar directa o indirectamente en la acción.
Y si la modernísima fragata española Álvaro de Bazán, patrulló por el Golfo Pérsico, entre Irak, Kuwait e Irán --sí, no lejos de Irán--, apoyando al portaaviones estadounidense Theodore Roosevelt, es obvio que estuvo en una misión de guerra.
El utilero que transporta el equipamiento de los futbolistas o el mozo de espadas de un torero son ayudantes necesarios para el fútbol o el toreo: lo mismo que la fragata española en el Pérsico.
El Gobierno niega esta participación bélica con eufemismos porque teme la reacción de la opinión pública, a la que le prometió paz a toda costa.
Además, sabe que el Partido Popular utilizará este caso para seguir erosionándolo, a pesar de que si los populares hubieran gobernado habrían enviado más barcos para contrastar y perfeccionar sus sistemas de combate, como hizo este Gobierno con la fragata.
Ahora, torturado por los populares, Zapatero seguramente evitará tener algún barco más en aquel teatro, aún sabiendo que apoyar a la marina estadounidense mejoraría la eficacia de la Armada española.
Y esto ocurre cuando el Gobierno empieza a darse cuenta de que las Fuerzas Armadas deben de estar cada día mejor entrenadas y que la posibilidad de que haya guerras está incrementándose constantemente.
Lo que es un descubrimiento reciente: todavía el pasado 17 de noviembre se aprobaba la Ley Orgánica 5/2005 de la Defensa Nacional que, envuelta en ese halo pacifista con el que ZP llegó al poder, no nombra para nada la guerra, sino que se refiere a ella con eufemismos. Exactamente, como se hace ahora con la fragata.