Desde hace algunos años Hugo Chávez viene afirmando que deben tomarse en serio los “Protocolos de los sabios de Sión”, el texto fabricado en 1905 por la policía secreta zarista para justificar los pogromos contra los judíos, y que fue básico para que Hitler elaborara la doctrina nazi y preparara el Holocausto.
Inspirado por los Protocolos, Chávez reitera regularmente el mensaje de que “los que crucificaron a Cristo” explotan al mundo y, naturalmente, a Venezuela y a los demás países latinoamericanos.
Su proclama ha instigado ya a que acosen a judíos venezolanos esos nuevos tonton macoute que son sus fuerzas de choque.
Con la prohibición de Washington de que España le venda material militar con tecnología estadounidense, ahora es fácil que Chávez atribuya la decisión a los judíos, a quienes los filonazis culpan siempre que algo les falla.
Ocurre que Washington está viendo en el presidente venezolano algo más que a un iluminado caudillo caribeño: su gran ambición es obtener plantas nucleares, para lo que negocia, sobre todo, con Irán, cuyo líder, Mahmud Ahmadineyad, desea destruir Israel y aniquilar a los judíos dirigiendo otra Shoá.
Si las proclamas antisemitas de Ahmadineyad han obtenido gran eco, las de Hugo Chávez han pasado desapercibidas en España: numerosos medios informativos y poderosos políticos tratan de ocultar o de restarle importancia al verdadero pensamiento del amigo filonazi.
Es por eso que las denuncias de los más conocidos intelectuales y creadores venezolanos contra el antisemitismo del exgolpista han tenido mínimo eco aquí.
Es presidente democrático. Pero fue golpista, como Hitler, quien dirigió el Putsch de Munich de 1923, y alcanzó democráticamente la cancillería en 1933.
Hay aspectos de la política internacional que comienzan a recordar demasiado a los años 1920 y 1930, cuando empezaron a florecer las horribles dictaduras que ensangrentaron el siglo XX.