Vista racionalmente, la monarquía que ahora cumple treinta años es un anacronismo, pero en España la mayoría de los ciudadanos son monárquicos empíricos: ni la mitad de ellos soportaría una República presidida por Zapatero, igual que la otra mitad rechazaría otra administrada por Rajoy.
A esos nombres, solo aceptables como primeros ministros, podemos añadir los de Aznar o Felipe. Figúrese usted también a Ibarretxe o a Maragall conduciéndonos con fastuosidad regia, como los presidentes franceses.
Lo que indica que a veces la vida necesita alguna dosis de irracionalidad, como la que reina desde hace tres décadas en España, donde no nos ha ido nada mal con Don Juan Carlos y Doña Sofía.
La irracionalidad, realmente, rige muchos de nuestros actos. Porque si en todo momento fuéramos racionales y equilibrados careceríamos de sentimientos. El amor, por ejemplo, es ridículo visto desde el racionalismo más puro y, por tanto, desde el materialismo.
Los niños propios no deberían inspirar una ternura mayor que los de cualquier otra persona y tendrían que ser vistos como cachorros de la especie humana a los que la comunidad se encargaría de proteger sin distinción alguna.
Siendo un tema literario, de ciencia-ficción, fue el modelo de sociedad que trataron de instaurar, entre otros, los bolcheviques, algunos anarquistas españoles, Mao Zedong en el momento álgido de su Revolución Cultural y los Jameres Rojos de Camboya.
Pero, frente a ese racionalismo extremo, las sociedades siempre estuvieron controladas por familias dominantes. Aristocracias nacidas de las guerras, del poder religioso o del económico. Sagas familiares que siempre están arriba. Como las monarquías y la burguesía catalana, que se perpetúa secularmente haciéndose republicana, franquista, socialista y lo que haga falta. O como los tiranos del materialismo comunista, que tratan de divinizarse eternizándose en sus hijos, como Kim Il Sung en Kim Jong Il.
Pues festejemos estos últimos treinta años porque con la monarquía española nos va bastante bien. Esta familia es la menos mala posible, así que estaremos mejor también con los sucesores previstos constitucionalmente, incluyendo a la Infanta Leonor, que en una república presidida por Llamazares, Pérez (Carod) y similares, personajes bajo los cuales sería mejor que nos nacionalizáramos como marcianos.