Estos días, coincidiendo con el tercer aniversario de la tragedia ecológica del Prestige, la policía detuvo a diez jóvenes gallegos émulos de Jarrai, los terroristas callejeros vascos aspirantes a ingresar en ETA.
El magistrado de la Audiencia Nacional que llevó el caso, Santiago Pedraz, que oposita afanosamente para relevar a Garzón como superjuez estrella y candidato al Nobel de la Paz, liberó enseguida a los mozos porque aún no eran sangrientos terroristas. Aunque algunos de sus camaradas han colocado bombas y enviado cartas explosivas.
Ya empezamos: el contagio proetarra y batasuno se deja apreciar en la apacible Galicia, de la que, ocasionalmente, salen bandas violentas. Que aunque sean menos famosas que ETA, también asesinan, como el Exército Guerrilleiro Galego.
Los jóvenes fichados ahora pertenecen a la llamada Assembleia da Mocidade Independentista (AMI), mezcla de amor a la violencia, obtuso nacionalismo y lusismo indigenista: quieren hablar portugués y abandonar el gallego.
Muchos dicen sentirse más cercanos de los subsaharianos de excolonias del país vecino, como Angola o Mozambique, que de los castellanos. Los catálogos de Benetton hacen extraños compañeros de patera patriótica y multicolor.
Pero, como se tienen por más inteligentes que los portugueses, quieren ser la preclara vanguardia gallega que regirá un imperio sociocultural luso en el que nunca se pondrá el sol, porque llegará a Timor.
Son antiespañoles solamente verbales: hablando con ellos se descubre que querrían ser importantes en Madrid. A donde no emigran por miedo al fracaso personal y laboral, y a la soledad en una ciudad tan grande y cosmopolita.
Su horizonte es el Finis Terrae por el Oeste y el Telón de Grelos por el Este; de ahí no pasan, como no sea hacia el Sur, a Lusitania. Al Norte no van, porque está la procelosa mar, que es cosa de mucho miedo y agitación.
Se cohesionan, sobre todo, cuando trasiegan tazas de mal ribeiro. En sus temporales ideológicos beben y se marean como los petroleros modelo Prestige, y ya de madrugada van contaminando calles, dejándolas perdidas: sus estómagos no resisten el balanceo de tanto chapapote.
Militan en el anticapitalismo, pero tienen coches y dinero de papá donados a escondidas por mamá, la protectora madre gallega, que es como la abnegada madre judía de Woody Allen. Y mamá cierra los ojos ante los desmanes de esta Mocidade que, si no la controlan, el día menos pensado terminará matando a alguien.