España se suicida regular y ritualmente, la última vez durante los años 1930. Y quizás lo haga de nuevo aprobando un Estatuto de Cataluña que será como pegarse un tiro en la sien.
Aunque no se vea sangre, el país vuelve a sufrir fatalmente un secesionismo cíclico ordenado por las Fatas, las fatales diosas griegas que trastocan las ideologías y el seso, como escribe el periodista y novelista Miguel Higueras.
Un socialista que no conociera a Rodríguez Zapatero ni a de Mariano Rajoy antes del debate sobre si se admitía o no el Estatuto de Cataluña en el Parlamento, habría dicho que su líder era Rajoy y que la ideología reaccionaria, hostil a la igualdad y a la modernidad estaba representada por Zapatero.
Porque Rajoy personificó el sentido de Estado y defendió la protección de los derechos sociales clásicos que antes apoyaba la izquierda ilustrada.
Al extremo de que le afeó al presidente que cambiara la histórica demanda socialista de igualdad por la exigencia habitual de las clases aristocrática y burguesa de la diversidad o diferencia.
El discurso de ZP apuntalando el egoísmo nacionalista de la región más rica del país fue premoderno, anterior a la Ilustración y al establecimiento de la soberanía nacional en todos los ciudadanos, no en los clanes o tribus representados por las fuerzas políticas dominantes en Cataluña.
En menos de dos años de Gobierno, el partido político que había sido progresista acepta el sistema de servidumbre anterior a la Revolución Francesa, y el de los antiguos autócratas, se moderniza rápidamente, con excepción de que mantiene una beatería demasiado eclesial.
Fatas-Fatalidad: en el debate, Gobierno y aliados evocaban nostálgicamente a los políticos fracasados de la II República; la derecha se inspiró en Abraham Lincoln, y no en Franco.