Raramente los espías divulgan algo sobre su trabajo: por eso es noticia cuando explican cómo funciona la “Casa”, como le llaman ellos a su Centro Nacional de Inteligencia (CNI), antes CESID.
Así descubrimos que estamos en un país cuyos servicios secretos poseen aún una estructura tan poco democrática que es bastante similar a la permitió el golpe de Estado de 1981, cuya figura más conocida fue el teniente coronel Tejero.
La denuncia de esta falta de control homologable al de otras democracias la presentan un acreditado exagente de inteligencia, el coronel Diego Camacho, y el experto en defensa, sectores estratégicos y publicista, Fernando Muniesa, que ya escribió un curioso libro sobre el espionaje español: “Los espías de madera”.
Ambos han elaborado un texto que será fundamental para saber cómo fue y es el espionaje de las últimas tres décadas: “La España otorgada”, que acaba de publicar Anroart, una joven y ambiciosa editora canaria, empeñada en convertir Las Palmas en un importante centro editorial para toda España e Iberoamérica.
El libro, subtitulado “Servicios de inteligencia y estado de derecho”, deja poco tranquilo al lector: da la impresión de que la Inteligencia española actual sigue siendo un Estado dentro del Estado, de funcionamiento autónomo y poco controlable.
Proponen soluciones para corregir la situación a través del Parlamento, pero también llaman la atención sobre cómo debe ser la relación del CNI con la Casa Real y con las Fuerzas Armadas. Pero, mientras no escuchen esas alertas, debemos seguir con ese vago sabor de incertidumbre ante la existencia de un servicio secreto tan libre y descontrolado.
Aunque hoy no es exactamente como entonces, quede como ejemplo de la autonomía y turbiedad del espionaje español la actuación en el golpe de 1981 del entonces teniente coronel Javier Calderón, a pesar de la cual fue director general del CESID, nombrado por el primer Gobierno Aznar, entre 1996 y 2001.