El presidente del Gobierno socialista y sus ministros suman un total de 29 hijos e hijas. Ninguno de los que están en edad escolar asiste a colegios públicos, sino a elitistas centros privados.
Se explica que por motivos de seguridad, pero lo importante es que los miembros de este y de los gobiernos anteriores, socialistas o populares, siempre arrimaron sus hijos a la élite económica y social española. Nunca los mezclaron con los plebeyos de la enseñanza pública.
La ministra de Educación es soltera y no tiene descendencia. Desconoce las angustias de millones de padres que ven como, en nombre de un falso progresismo, la política educativa pública estimula las conductas anárquicas y hedonistas que algún día llevarán a explosiones juveniles quién sabe si como las francesas.
Entre tanto, en las escuelas privadas los hijos de los políticos obedecen normas estrictas que facilitarán su triunfo económico y social.
Pero quien manda se irrita cuando descubre que, naturalmente, los padres quieren hacer lo mismo que Zapatero y sus ministros: enviar sus hijos a los centros privados en los que haya disciplina y estudio, donde el profesorado tenga autoridad. Allí, ninguna asamblea de alumnos podrá intimidar a todo el claustro.
Como lo progre, que no lo progresista, es dar libertad plena a los estudiantes, el Gobierno propugna con su LOE que la escuela pública sea un establo caótico.
A la ministra, ¿qué más le dará, si no tienen hijos, y si mañana será nombrada titular de Obras Públicas, del BOE o de Apuestas y Loterías?.
Quienes planifican la enseñanza en España son responsables de un negociado en el que están destinados temporalmente, sin interés por aprender de las experiencias anteriores, ni por transmitir las suyas a sus sucesores.
Obedecen a modas utópicas y experimentales creadas por ideólogos ilusionistas y seudoprogresistas que desean hacer ingeniería social. Y así están creando millones de súbditos incapaces de progresar o de pensar correctamente.