En esos incendios quizás intencionados que se dan frecuentemente en París, y en los que mueren inmigrantes musulmanes, están apareciendo como víctimas familias formadas por un hombre, sus varias esposas y más de una docena de hijos.
Silenciosamente, la poligamia va asentándose entre nosotros. Solo terribles sucesos como esas muertes nos revelan que a nuestro alrededor está creciendo una sociedad paralela, bárbara y medieval, que multiplicará y perpetuará la pobreza y la ignorancia.
En España no se conocen aún casos parecidos, quizás porque la mayoría de los inmigrantes que en Francia van a pisos de acogida, aquí quedan en las calles, abandonados, sin techo alguno, ni siquiera como los del país vecino, viejos y peligrosos.
Los políticos impresionables y el masoquismo informativo responsabilizan de la pobreza de estas familias a una etérea injusticia universal, al sistema de vida occidental, a la globalización y, cómo no, a los americanos.
Aunque hubiera algo de ello, no sería lo más importante. Porque el origen principal de su desgracia no es Occidente, sino la poligamia, la machista institución coránica que considera al hombre como una máquina fornicadora que exige desfogarse montando obsesivamente, como si fueran ganado, a numerosas hembras.
Olvidamos que muchos niños suicidas palestinos, por ejemplo, fueron concebidos irresponsablemente por machos reproductores polígamos. Las madres abandonadas seleccionan alguno de sus numerosos hijos para sacrificarlo y recibir 30.000 petrodólares que alimentarán a los supervivientes.
En el mundo islámico, incluyendo los países petroleros, hay centenares de millones de niños hambrientos y analfabetos herencia de la poligamia, del repudio y del abandono.
Cuando sean mayores harán igual y seguirán generando más polígamos analfabetos y hambrientos, llamados quizás a la delincuencia o al terrorismo si los adoctrinan.
No: no todas las sociedades, religiones y culturas son iguales.