Un sabio español, Ginés Morata, investigador del Centro de Biología Molecular, afirma que en el futuro podremos modificarnos a nosotros mismos con las tecnologías genéticas, que teóricamente podríamos llegar a la inmortalidad y que algunos genes hacen a las personas más guapas e inteligentes, e incluso mejores personas.
Esta última afirmación es sumamente importante, porque las otras responden a futuribles: frente a la bondad genética de la que gozan algunos, tiene que existir la maldad genética, que haga a otros peores personas..., y más feos.
Lo cierto es que todos conocemos a buenas personas guapas y a malas personas feas, y también a malas personas guapas y a feas, buenas. Pero, según la teoría, debe de haber más buenas personas guapas que malas personas guapas. En cuanto a las personas feas, extraiga usted su conclusión.
A Ginés Morata, que es de izquierdas y progresista, esto no le gusta nada. Aunque se ve obligado a dictaminar que es lo que hay, y que se está comprobando en los estudios genéticos: determinismo puro.
Es decir, estamos predeterminados e incluso predestinados en el sentido físico, moral y social. Algo que ya decía un médico hoy desacreditado, especialmente por la sicología y la psiquiatría modernas, Cesare Lombroso (1835-1909).
Judío sefardí italiano, sus estudios sobre la relación entre la criminalidad y el físico, especialmente el rostro, ratificaban que “la cara es el espejo del alma”.
Sus libros, como “El hombre delincuente”, influidos por el darwinismo y la teoría de la degeneración de Morel, invitaron a los fisiognomistas nazis, qué paradoja, a buscar la maldad de los judíos en su estructura craneal, en su nariz o cuenca de ojos.
Demasiadas veces la ciencia se vuelve contra el hombre: el determinismo que nos descubre Ginés Morata lo hace, y debe asustarnos. Sobre todo, a los feos.