Obsesionados con el cambio climático creemos que, como le ocurrió a los dinosaurios, vamos a extinguirnos. Olvidamos que el planeta experimenta cambios constantes, algunos recientes como los de la época medieval o del siglo XVII.
Suenan las alarmas al descubrirse que están desapareciendo capas de hielo en Groenlandia. Pero casi nadie añade que simultáneamente aparecen construcciones medievales abandonadas por una glaciación producida hace unos siete siglos.
Luego, si analizamos el nombre de Groenlandia descubrimos que quiere decir que es una Green-Land, esto es, una tierra verde, no helada, como pensábamos que había sido siempre.
También llamativo es el caso de los grandes levantamientos populares que, como consecuencia del hambre, se produjeron en el siglo XVII, especialmente entre 1640 y 1668, cuando un enfriamiento global que también afectó a España destruyó año tras año las cosechas.
Un historiador británico e hispanista, Geoffry Parker (Nottinghan, 1943) descubrió que las revueltas populares en Cataluña y Portugal de aquellas épocas se debían al hambre, y que, especialmente en los años 1640-41 y 1647-48, casi todo el hemisferio norte conocido entonces, incluyendo Japón, habían vivido levantamientos similares.
Ese fenómeno mundial, esta globalización de la violencia, le hizo estudiar qué había de común en países tan alejados. Descubrió que el cambio climático había enfriado la atmósfera y provocado inacabables lluvias que impedían la siembra. Un cambio leve, de pocos grados, pero históricamente fundamental.
Una historia que nos da una lección sobre cómo afrontar el futuro si de verdad cambia el clima: “Si ocurre, no podrá alimentarse todo el planeta y puede morir hasta la tercera parte de la humanidad”, advierte Parker.
El clima, pues, cambia sin efecto humano o con él, pero en cualquier caso no parece que sea evitable, ni que sus consecuencias sean para mejor.