En un artículo publicado el pasado fin de semana en el diario británico Financial Times, Rodríguez Zapatero propuso que la ONU combata legal y policialmente el terrorismo, a la vez que reiteró su proyecto de impulsar una alianza de civilizaciones para neutralizar el extremismo.
Pero, señor ZP, usted es tan sensible, dulce y bondadoso que no se imagina lo indecente y bruto que es el mundo por ahí afuera.
Fíjese en algo que usted seguramente no sabe, y que por eso habla de la ONU como si fuera útil: permitió los genocidios de Ruanda y actualmente el de Sudán entre grandes sonrisas. Sirvió para poco más que para enriquecer en Irak haciendo cómplices de Sadam Hussein a los funcionarios o a sus hijos, como el del secretario general.
Debería recordar usted, entre otros muchos casos, el de los serbios cuando exterminaban a croatas, kosovares o lo que se terciara: ni la ONU ni la Unión Europea hacían nada para evitarlo.
Se cumple, precisamente hoy, el décimo aniversario de la matanza de 8.000 bosnios en Srebrenica, la mayor en Europa tras la II Guerra Mundial: una orgía de sangre de las tropas serbobosnias del general Ratko Mladic ante la mirada casi complaciente de los Cascos Azules de esa ONU en la que deposita usted los intereses defensivos de España.
Tuvo que ser EE.UU. impulsando a la OTAN, la garante de las libertades occidentales a la que ni siquiera alude su artículo, quien derrotara militarmente a los agresores. Dirigida por el socialista español Javier Solana, que era entonces el secretario general de esa Alianza.
En cuanto a su propia alianza de civilizaciones como arma contra el terrorismo, primero debería conseguirla usted en España, donde los etarras de txistorra y txacolí son de la misma civilización porcina y vitivinícola que los ciudadanos del jamón ibérico, rioja o alvariño, y llevan décadas aterrorizándolos y matándolos.
Después, dialogue usted con Bin Laden o con los regímenes fundamentalistas como el de Irán, donde nació la idea de la alianza que usted copió: hable sobre fieles e infieles, sobre el inevitable destino del islam, sobre la igualdad femenina, los homosexuales, las libertades, incluyendo la religiosa, sobre el laicismo, el ateísmo o sobre la españolidad de Al-Andalus.
Si consigue algo de los terroristas vascos o de los islamistas, que ambos son ricos y no pobres como usted cree dada su bondad natural, numerosos analistas ya no dirán que usted es como las misses en los concursos: “Mi ilusión es conseguir que no haya injusticias, la paz mundial, que se acabe el hambre y la felicidad universal”.
Sugerencia: para su próximo artículo consulte usted con Javier Solana o con alguien adulto que haya salido más allá de León y de Madrid para evitar que las cancillerías extranjeras sigan comparándolo con las misses que posan en posturas humanísticas luciendo ingenuamente sus buenos atributos.