Da envidia observar cómo la democracia más antigua de Europa, la británica, festeja sin rubor su triunfo en la batalla de Trafalgar, que hace ahora dos siglos cambió la historia del mundo a costa de España y de Francia.
Cientos de barcos modernos y de época rememoraron hace unos días en Portsmouth, sur inglés, aquél combate en las costas de Cádiz en el que el almirante francés Villeneuve arrastró a la derrota a unos marinos españoles más valientes y mejores estrategas, como Cisneros, Churruca, Alcalá Galiano, Valdés y Gravina.
España se hundía en la mayor decadencia. Reinaba un débil Carlos IV, manejado por su incompetente pero ambicioso valido Manuel de Godoy: guapo, de buena presencia y excelente talante, conquistaba con sus promesas y palabras vacías. Tenía el título de “Príncipe de Paz”, tan codicido ahora en España.
Era la época de un Napoleón pletórico, aunque derrotado ya en Egipto por los ingleses, y que consideraba España el patio de atrás del futuro imperio que nunca llegó a poseer, precisamente, por causa de Trafalgar.
Si pusiéramos aquella batalla en el hoy y con medios pacíficos, Napoleón sería Chirac y el almirante británico Horace Nelson vendría a representar a Tony Blair, enfrentados en el último Consejo de Ministros europeo sobre cómo debe ser la futura Europa. Ahora luchan por la sede de los JJ.OO. de 2012 y el resultado es más incierto: ya no quedan caballeros, como entonces.
Volviendo a la historia: Napoleón necesitaba destruir el poder naval británico, y teniendo a España como satélite, le imponía cómo y cuando combatir a los ingleses.
En Trafalgar, Nelson murió, pero venciendo a una flota de dos países. España dejó de ser imperio marítimo para siempre. Francia nunca llegaría a serlo.
En Inglaterra recuerdan a Nelson con actos grandiosos. España evita festejar a sus héroes, aunque hubieran cambiado el destino del mundo, como en la batalla de Lepanto, que retrasó más de cuatro siglos que Europa se convirtiera en Turquía o en Eurabia.
Pero es políticamente incorrecto recordar lo grande que fue España. Suena a franquista. Por eso da envidia la Gran Bretaña.