He aquí tres notas informativas de la última semana:
Antonio Villaraigosa tomaba posesión como alcalde de la mayor ciudad estadounidense de origen español, Los Ángeles.
Llegaba a Madrid el nuevo embajador del mismo país, Eduardo Aguirre, de origen cubano y español.
En el New York Times su columnista estrella, Thomas Friedman, sintetizaba por qué en una sola generación Irlanda, la paria europea, era ahora la nación más rica, tras Luxemburgo.
Villaraigosa, hijo de padre inmigrante mexicano violento y alcohólico, y de primera juventud turbulenta, se sobrepuso gracias a su madre, también mexicana, que quiso que fuera bilingüe perfecto y que estudiara.
Eduardo Aguirre llegó como muchos niños cubanos a EE.UU., pobre y desamparado, huyendo de la Cuba de Fidel. Se hizo bilingüe, estudió con becas y hoy, aparte de embajador, es un importante financiero.
Friedman contaba en su artículo semanal del NYT que el triunfo irlandés se debía a la gratuidad –a la alta calidad, realmente—de la enseñanza, los reducidos y simples impuestos, la apertura económica a la competencia, una política fiscal ordenada, el consenso entre empresas y trabajadores, la búsqueda de inversiones para que se establezcan en ese ambiente, y hablar inglés.
Inglés, no gaélico, aunque se reconozca simbólicamente este idioma y vuelva a cultivarse sin forzar a nadie a que sea primera lengua.
Hablar inglés: el castellano/español es un gran idioma, pero unido al inglés es imparable. Ambos crean riqueza, bienestar y por el momento dominan lingüísticamente el mundo.
Pero en España, y especialmente en varias comunidades con lengua propia aparte del castellano, las autoridades imponen el idioma local por encima de los internacionales.
No quieren seguir el ejemplo irlandés con el gaélico, que se cultiva y se exhibe ahora como comunicación sentimental para atraer a nuevos hablantes, cuyo número crece sin necesidad de forzar su uso: estaba perdiéndose, pero ya se sabe que tendrá una larga vida.