Mientras ardían los bosques de Guadalajara esta semana, las autoridades de Castilla-La Mancha debieron pensar que su formidable incendio era exclusivamente suyo y que no iban a permitir que otras comunidades hollaran su sagrado territorio ayudando a apagarlos.
Ese soberanismo, incrementado con la hostilidad hacia las comunidades regidas por otro partido, fue lo que posiblemente hizo rechazar el socorro de los bomberos de Madrid, Castilla-León y Valencia, lo que contribuiría a la muerte de once personas.
Los españoles tienen un gravoso problema: están sometidos a diecisiete soberanismos regionales, exclusivistas, egoístas y celosos de sus competencias, de su geografía y de lo que pasa por allí.
Diecisiete estados de taifas y dos ciudades autónomas están gobernados por caciques, señores feudales de no importa cuál sea su partido, aunque mantengan mayor enemistad con los rivales ideológicos. Odian a quien se inmiscuya en asuntos que creen suyos y que pudiera reducirles el control de su finca privada.
Ocurre con los bomberos, con la negativa de las regiones ricas en agua a trasvasarla a otras sedientas, y hasta con servicios de urgencia, como los sanitarios: hay hospitales vascos que rechazan atender a heridos graves de otra comunidad, que es el summum del soberanismo homicida.
Posiblemente ZP le dará a los independentistas catalanes buena parte de la financiación que exigen para apoyarle, y lo que se lleven Carod y Maragall se lo quitarán, obviamente, a otras regiones.
Define Pérez-Carod a ZP como el primer presidente español que no es nacionalista español. Debe de ser cierto porque obliga a callar a los socialistas críticos con los independentistas y defiende más a éstos que al resto de los ciudadanos.
Por eso, está dispuesto a romper la solidaridad estatal hurtándole ingresos a Andalucía, Galicia, Canarias y Extremadura, especialmente.
Aunque dos de esas regiones están controladas por nacionalistas que, siendo más pobres, piden similar soberanía que los independentistas: soberanismo incendiario, quizás homicida.