Casi sin percatarnos, el histórico PSOE fundado hace 126 años por Pablo Iglesias para luchar por la clase obrera se ha convertido en un partido postsocialista, postmoderno incluso, sin presencia masiva de los trabajadores tradicionales, pero con una suma de minorías heterogéneas y grupos alternativos.
Lo que le ha permitido al líder gay Pedro Zerolo, captado por los actuales dirigentes para atraer el voto homosexual, exigirle al histórico alcalde coruñés Francisco Vázquez que abandone su partido por oponerse a los matrimonios y las adopciones de niños por homosexuales.
Uno de los pocos militantes socialistas que había al final del franquismo, Vázquez debe sentirse como alguien a quien echan de su casa quienes le pidieron entrar en ella para tener una cama.
Esta fuerza sobre el PSOE de los clanes como el homosexual, los nacionalistas y demás minorías se veía venir, al menos, desde julio de 2003, ocho meses antes de llegar al poder Zapatero.
Fue en un curso en El Escorial que dirigía Zygmunt Bauman cuando el hoy presidente dijo que los movimientos antiglobalizadores, los alternativos y los antisistema podían ser aliados del socialismo para enfrentarse al capitalismo.
El anciano sociólogo polaco, que es mundialmente respetado por sus estudios sobre la globalización, quedó asombrado ante esta propuesta desideologizada, y le advirtió que ese no era el papel de la izquierda, y menos de la socialdemócrata.
Los movimientos sin doctrina ni ideología firme, que se basan en intereses grupales aislados de los del resto de la sociedad, son malos compañeros de un gobierno que se debe a toda la ciudadanía, matizó Bauman.
Pero se ve que ZP no quiso hacerle caso, porque su postsocialismo está demostrando que la vanguardia no son los trabajadores ni la antigua lucha de clases, sino gentes emotivas, con cierta egolatría e intereses de tribu, que creen que la sociedad se mueve por la lucha de clanes.