Una iniciativa de la ONU, a la que se le ha unido innecesariamente el Consejo de Europa, quiere erigirse en vigilante de las familias españolas exigiendo que los padres no puedan “corregir razonable y moderadamente a los hijos”, como permite el actual Código Penal.
Quizás usted, como el cronista, cree que de no haber sido por algún correctivo físico, un tirón de orejas o un cachete más humillante que doloroso, seguramente habría sido como uno de esos niños consentidos, insoportables y caprichosos que, de mayores, terminan siendo agresivos, incapaces de controlar sus apetencias.
Calentarle suavemente el trasero a un niño es generalmente más eficaz que un diálogo de civilizaciones o un discurso almibarado de Kofi Annan subvencionado con un millón de euros por Rodríguez Zapatero.
Somos animales superiores, pero animales: como los que corrigen a sus cachorros con pequeños con empellones, golpecillos o cuidadosos arañazos y mordiscos. Algún día se descubrirá la relación que hay entre un azote sabiamente medido y el hipotálamo, donde deben almacenarse sensaciones por asimilación que estimulan, en nuestro caso, la sensatez humana.
Puede alegarse que el azote es lo que usan los islamistas para justificar las palizas a sus esposas: falsa analogía, porque lo que hacen esos fanáticos es infantilizar brutalmente a la mujer adulta, e incluso ocasionalmente a algún hombre pecador.
En Occidente, y también en España, los niños están legal y razonablemente protegidos, aunque siempre haya quien se salte las normas, pero que lo haría igualmente con otras más duras que se impusieran.
Lo que menos se necesita es una legislación familiar inspirada por la ONU, uno de cuyos organismos, la comisión de Derechos Humanos, está regido por Arabia Saudita, Etiopía, Zimbabwe, Sudan., Qatar, China y similares ejemplares de honorabilidad social.
El Consejo de Europa, un organismo de 46 países continentales entre los que se incluyen los de la desaparecida URSS, sí tiene como misión defender los derechos humanos en su área de influencia; pero en el caso de los niños, especialmente en los de la Unión Europea, no tienen mucho que aportar países como Azerbaiyán, Turquía o algunos del antiguo mundo comunista que segregan a grupos étnicos completos.