José Luís Rodríguez Zapatero y José Bono son acreditados pacifistas que cuando viajan al extranjero venden armas, aunque las presentan no como artefactos para matar, sino como amistosos instrumentos tranquilizadores.
También lo hacían los gobiernos anteriores: Aznar y sus ministros comerciaban con esos utensilios, el 40 por ciento de ellos en países como Angola, India, Indonesia y Venezuela, muchos sometidos a embargo de armas por la Unión Europea. Felipe González, Calvo Sotelo y Suárez no fueron más escrupulosos, aunque nunca se presentaron como garantes de la paz mundial.
Por eso, España exportó 405,9 millones de euros en mercancía militar en 2004, el 5,9 por ciento más que en 2003. Gracias a estas operaciones, millares de españoles, pacifistas verbalmente o belicosos en realidad, viven de esa industria.
Zapatero ha dicho días atrás en Pekín que desea que se levante el embargo a la venta de armas a China y ha ofrecido allí las españolas, aunque pocas son de alta tecnología: los mejores contratos serán para Francia y Alemania.
El embargo había sido impuesto tras los sucesos de la plaza de Tienanmen, en 1989, en los que el Ejército Popular disparó contra el pueblo y aún no se sabe a cuánta gente masacró.
La oferta de armas de ZP casi no se divulgó porque la información se centró en que había vendido allí veinte Airbus, el avión civil europeo. Aparatos en los que España solo tiene el cinco por ciento de participación: Zapatero se adornó con honores que corresponden a Francia y Alemania.
José Bono dice que prefiere morir a tener que matar, algo desconcertante viniendo de un ministro de Defensa, pero también es un acreditado agente de las fábricas de armas democrático-pacifistas: tuvo un sonoro éxito de ventas en Venezuela, y acaba de repetirlo estos días en Arabia Saudita.
Démosle las gracias a ambos: detestando la violencia, sacrifican sus principios para mantener viva, dándole trabajo, a la poco boyante industria militar española.