Pregúntele usted a cualquier diputado socialista si cree que Cataluña, Galicia o Euskadi deben reconocerse como Nación renunciando España a ser la única constitucionalmente declarada, y le responderán con balbuceos, que no, pero sí.
Ay, los cargos políticos con sus sueldos, relevancia social, viajes gratis, hoteles, coches oficiales, chofer y dietas: ¿cómo va a volver uno al pueblo de picapleitos por lindes vecinales o a enseñarle gramática a muchachos de instituto?.
No, el diputado dirá lo que le ordene decir el líder que te permite vivir así, José Luís Rodríguez Zapatero, que durante muchos años balbuceaba, como ellos ahora, esperando indicaciones de Felipe González.
Solo se emancipó cuando el PSOE carecía de liderazgo. Con unos amigos, y confiado en su buena planta, aparentemente moderna y antítesis de la cejijunta que presentaba el PP, lanzó rápidos golpes de mano hasta domeñar a su partido.
Luego, accedió a la presidencia del Gobierno excitando la emotividad ciudadana tras el atentado islamista del 11 de marzo de 2004 y la desastrosa gestión explicativa de José María Aznar.
Relativista acomodaticio, acepta las imposiciones balcanizadoras de los independentistas que necesita para gobernar, lo que crea una anarquía ideológica que vacía de sentido la existencia de España.
Pero, tachán, tachán, que diría el mago Tamariz, ha salido del armario oculto del PSOE Alfonso Guerra, que en lugar de balbucear no pero sí, dice rotunda y públicamente que no a una nueva Yugoslavia.
Aunque, ¿por cuánto tiempo?. ¿Cuántos socialistas desafiarán al compañero José Luís balbuceando más no que sí, exponiéndose a que les retire sus prebendas porque él también quiere seguir, y no volver de picapleitos a León?.
Las lindes de España Nación, los soberanismos, ya ve usted, dependen de unos pleitos por las lindes de alguna finca en un pueblo o de unas clases de gramática que unos candidatos a exdiputados no quieren impartir en un instituto.