A España están incendiándola por todas partes, en los bosques y en instituciones como el Parlamento, donde los políticos echan chispas.
El enfrentamiento del miércoles entre los diputados Rafael Hernando, del PP, que aparentemente quería agredir a Alfredo Pérez Rubalcaba, del PSOE, es la muestra del talante incendiario que mantienen ambos partidos.
Ocurrió cuando Rubalcaba se cruzó con Hernando haciendo gestos de que era un caradura y llamándole mentiroso por expresar dolor por la muerte de once personas en el incendio de Guadalajara.
Hernando acababa de asistir al entierro de una de ellas, amigo suyo e hijo de un exdirigente del PP, y pareció que se lanzaba a agredir al socialista, lo que impidieron sus compañeros Acebes y Zaplana.
El contexto es el creciente enfrentamiento entre ambos partidos: el PSOE sufrió en Guadalajara algo peor que el hundimiento del Prestige, porque además de dejadez e incompetencia hubo once muertos, y el PP quiere aprovechar esa catástrofe repitiendo la utilización obsesiva que hizo el partido ahora gobernante de aquél accidente.
Pero estos enfrentamientos vienen gestándose especialmente desde el año 2000, cuando el PSOE comenzó a agitar la calle y el Parlamento contra José María Aznar, presión que fue creciendo hasta culminar en las manifestaciones previas a las elecciones generales que perdió Rajoy contra casi todo pronóstico.
Ahora, el PP está respondiendo con igual agresividad que el PSOE, que siempre tuvo la calle como medio para mostrar su poder popular, y los socialistas están reaccionando con irritado nerviosismo.
Es el PP quien se beneficia de la creciente ira de las masas sobrecalentadas que se manifiestan en las calles; así que los incendios no solo afectan ya a los bosques, como hizo vorazmente el de Guadalajara, gestionado con tanta torpeza por el PSOE como el Prestige por el PP, sino que se propagan fácilmente entre la ciudadanía.
Los fuegos dejan consecuencias a largo plazo, además de las ecológicas. Los socialistas han comenzado a cobrar el viernes en Castilla-La Mancha el mismo trato que le aplicaron a los populares en Galicia: abucheos y gritos exigiendo la dimisión, incluso, del presidente del Gobierno.
Algún día ambos partidos tendrían que dejar de lanzarse tragedias unos contra otros. Están destruyendo su credibilidad y el beneficiario es el gran enemigo de todos: el terrorismo nacional y, sobre todo, el islamista que nos ha declarado la guerra.