“Invitamos a las autoridades de los países donde se producen atentados suicidas a que envuelvan en intestino de cerdo, como botillos, los restos de quienes produzcan las matanzas para que su acceso al Paraíso pueda revertirse y ardan eternamente en el infierno”.
Un decreto así de sencillo, una fatwa de algún consejo de imanes, debería contribuir a acabar con el terrorismo islamista. Se completaría añadiendo que los fanáticos que sobrevivan serán condenados a vivir en prisión rodeados de productos porcinos, de morcillas, y que nunca ingerirán alimentos halal.
Solo pensar que irá al infierno por estar impuro enferma al musulmán fundamentalista. Y quien asesina para gozar de los placeres del Paraíso por una creencia, que padezca la perdición por su reverso.
Los imanes sunnitas, los ayatolás chiítas y demás maestros del islam --que dicen estar en contra de los jihadistas asesinos y entusiasman a sus fieles con sus 72 huríes-- deberían recordarles el inevitable viaje al averno cuando van impuros.
Y si esos maestros se niegan a emitir la fatwa a pesar de insistir en que está en contra del terrorismo, deberán ser las autoridades de los países que sufren el fundamentalismo quienes adviertan a los candidatos al martirio que serán amortajados con ristras de chorizos y embadurnados con unto para que ardan eternamente sin huríes.
Y los ciudadanos deberíamos exigirle a nuestros gobiernos que usen medidas así para vivir con la tranquilidad y dignidad que están obligadas a proporcionarnos.
Porque no estamos en una guerra de pobres contra ricos, sino de fanáticos violentos contra incrédulos y contra quienes tienen otras creencias.
He aquí un sistema sencillo e incruento que podría intimidar a los terroristas, que en lugar del premio temerán recibir un castigo eterno.
Una fatwa así no contraviene ningún derecho humano reconocido y estimula, por el contrario, la piadosa práctica de no destruir masivamente vidas ajenas.