Usted conoce a más de uno de esos hombres a los que su mujer humilla y quizás golpea, a los que la nueva Ley de Violencia de Género no tiene en cuenta, infelices que sufren silenciosamente su infierno familiar y las risas machistas de quienes los ven endebles y desarticulados, como muñequitos rotos.
Calzonazos: personajes blandos y patéticos que desde niños han sufrido menosprecios. Las estadísticas aventuran que son entre el diez y el quince por ciento de los hombres: son muchos más y tan sufrientes como los homosexuales ahora protegidos.
Todos hemos observando abochornados cómo su mujer los desprecia ante nosotros. O su novio, porque el calzonazos, que suele tener un carácter algo femenino, se da mucho en las parejas gay.
“Eres un inútil, todo el mundo se ríe de ti, y si no fuera por mí no sobrevivirías”, le dice su pareja para intimidarlo, advirtiéndole que sin ella se morirá como un perro herido y abandonado.
Pobre calzonazos. Para la ley es un macho capaz de lesionar a una mujer, pero todos lo maltratan. Incluso sus hijos, si los tiene, se ríen de su pasividad y apocamiento.
“¡Preséntate de una vez en el despacho de tu jefe y exige un aumento de sueldo, estúpido, que estás matando de hambre a tu familia”, le dicen la mujer o su novio, que se han traído a vivir con ellos a todos los suyos, madre, tías y sobrinos.
Un día el calzonazos se cansa y débilmente le llama a su mujer fea, sucia y repugnante, y la dama, ofendida, acude a un juez y denuncia al infeliz por maltrato psíquico.
Y de acuerdo con la nueva ley será condenado a entre seis meses y un año de cárcel. Quizás sea lo mejor para él.