Londres recuerda estos días que en 1938 el primer ministro británico, Neville Chamberlain, decía que el nazi más dialogante, casi pacifista, era Adolf Hitler.
Y dejó que el Fuhrer se quedara con los Sudetes porque apaciguaba a sus conmilitones, que creía que eran mucho más violentos. La cesión hizo más agresivo al agresor, condujo a la II Guerra Mundial, y le dio al apaciguamiento, appeasement, un sentido cobarde y peyorativo.
El alcalde de Londres, Ken Livingston, ha debido olvidarse de la historia y apoya a los líderes moderados del islamismo que le proponen a Tony Blair, tras los atentados de Londres, que negocie con Al Qaeda, igual que hace con el IRA norirlandés. Aunque quiere que se dispare hasta matar contra cualquiera que pudiera ser terrorista: las contradiciones de un ex trotsko.
En España también hay quien expresa comprensión hacia los autores de las masacres del 11M. Son los Chamberlain españoles, que en su infinita ansia de paz defienden el apaciguamiento: apoyan la cesión a los nacionalistas del término Nación y aceptan darle pequeños Sudetes a ETA y a los islamistas.
Gaspar Llamazares dice en un artículo en El País que el terrorismo se combate con serenidad. Serenidad. Y ZP afeó en China la conducta de los terroristas "que matan a la gente sin ninguna explicación". Textual.
Simultáneamente, algunos arabistas estimulados por oro oriental teorizan que apaciguar a los fanáticos nos traerá la ansiada paz infinita. Evitan añadir que habrá que ser condescendiente con una barbarie religiosa y asesina peor aún que la mitología nazi, y renunciar a propagar el racionalismo.
Con el appeasement seremos esclavos, oprimidos por un pensamiento iluminado, trastornado por una teocracia medieval, que es lo único que le falta a la civilización librepensadora de raíz ilustrada, racionalista, para suicidarse en aras de un dios salvaje, bestial.
Pero, si queremos, podemos vencer a sus adoradores igual que hacen los judokas: usando su fuerza a nuestro favor, explotando su tabúes y miedos, su propia superstición.
Nuestros antídotos contraterroristas: sus temidos cerdo y alcohol que los manda al infierno, no al paraíso. Usémoslos atacando su talón de Aquiles, como ajos y cruces contra Drácula.