Acaba de salir del hospital tras la primera de las dos intervenciones necesarias para extirparle múltiples tumores que invaden su vejiga, provocados por el tabaco.
Su cáncer es poco activo y curable, pero sobrellevará bastantes molestias hasta que se lo eliminen.
Años antes había sufrido un infarto de miocardio causado también por el tabaco. Salvó la vida casualmente: él no entendía los síntomas y creía que padecía una indigestión; su familia lo llevó a urgencias. Unos minutos de retraso y hubiera muerto.
También pudo haberse matado varias veces por fumar mientras conducía, o el día que incendió su casa por descuido.
“Nunca creí que el tabaco iba a dañarme tanto”, le dice al cronista. Y pide: “Escribe que el tabaco es una afición mortal y sumamente insolidaria con la sociedad”.
Cree que lo que él le cuesta al sistema de salud es muchísimo más que lo que el Estado recaudó en impuestos sobre sus cigarros, y también más que lo que ha pagado en toda su vida a la Seguridad Social.
Solamente el mes que pasó internado cuando sufrió el infarto, rodeado de médicos, enfermeras, auxiliares y sofisticadas máquinas de todo tipo debió de costar cantidades escalofriantes de dinero. A sumar con los costes de otra intervención para hacerle varios puentes arteriales, con semanas de internamiento e iguales atenciones.
Entre los gastos que genera desde entonces, están los carísimos medicamentos que obtiene de la Seguridad Social a precio muy reducido.
Y ahora llega el cáncer, con otro tratamiento costosísimo que le pagarán todos los ciudadanos
“Recuerda que en el Reino Unido quieren dejar de atender a quienes hayan contraído enfermedades por fumar” le dice al cronista.
“Y nada de extraño tendría que algún día propongan hacer igual en España” advierte.