Resucitar a Franco súbitamente tres décadas después de que muriera en la cama parece una táctica gubernamental para ponernos unas orejeras que nos impidan oír como destruyen la cohesión territorial española mientras negocian con ETA traicionando a sus víctimas.
Porque para reforzar el poder premiarán la corrupción histórica de la Generalitat catalana quitándole fondos a comunidades desfavorecidas y le entregarán privilegios de casi independencia al nacionalismo vasco.
Cuidan únicamente la minoritaria asociación de Pilar Manjón y abandonan a la inmensa mayoría de las víctimas del terrorismo, mientras negocian secretamente con los asesinos de una ETA moribunda.
Este Gobierno ha resucitado a Franco y al Valle de los Caídos, y parece querer resucitar también la casi extinta extrema derecha para ponérnosla de orejeras. Como si desearan que reapareciera para asustarnos y obligarnos a apoyar al PSOE que controla ZP.
Una gran estrella del periodismo izquierdista durante el franquismo, el excomunista César Alonso de los Ríos, acaba de escribir:
“Cuando la mayoría se sentía cómoda en el régimen de Franco yo tiré a lo prohibido, a lo perseguido. Me puse a la izquierda, pero cuando ésta, amnistiada y legalizada llegó al poder y comenzó a montar un nuevo Régimen, decidí saltar fuera”.
Buena parte de los verdaderos opositores, militantes perseguidos por el franquismo, este cronista incluido, sienten algo parecido.
Es sorprendente que muchos de los que rodean el poder sean franquistas transmutados o de familias franquistas, como la mujer del presidente o su vicepresidenta. Y secesionistas hijos de franquistas furibundos, como Arzallus, o de guardias civiles al servicio del Régimen, como Pérez (Carod-Rovira).
Son demasiados estos franquistas reciclados, progres profesionales, como Víctor Manuel, que le dedicó al dictador en 1966 una patética e inaudita canción para escuchar sin orejeras titulada “Un gran hombre”.