Fíjese en los pasos de Semana Santa: Jesús y la Virgen María suelen tener los ojos azules, como si ese color definiera su divinidad y grandeza.
Pero Jesús y su Madre eran semitas y deberían haberlos tenido oscuros. Los judíos de ojos claros nacieron de uniones mixtas en la Europa no mediterránea tras su expulsión de Israel por los romanos, en el año 135 DC .
Seguramente la preferencia por los ojos claros nació del antisemitismo europeo y de la lucha contra los árabes. Como consecuencia, sus dueños/as gozan en nuestro mundo de una ventaja inconsciente sobre quienes tienen ojos sombríos.
Lo que explica la pasmosa admiración de los españoles hacia José Luís Rodríguez Zapatero, quien, como si fuera un paso de Semana Santa, los tiene encandilados tras un año de gobierno y palabras vacuas.
No siquiera reflexionan para deducir que lo positivo de su mandato obedece a la lógica de las cascadas: la imparable corriente de la historia; contra la que lucha el PP porque parece no saber interpretarla.
Y lo negativo se percibe como positivo: así, la huida de Irak, que pudo haber sido digna salida, se convirtió en una dolorosa humillación para el orgullo del pueblo español y de su Ejército.
O se aprecia como triunfo haber dejado de ser miembro de la manada del león norteamericano para pasar a ser cola del ratón francés, roedor marrullero y ventajista, con un costo económico, político y de seguridad que ya estamos empezando a pagar.
Se perdona la traición a los saharauis, a la mayoría de las víctimas del terrorismo para favorecer a una minoría, o que se haga peligrar la cohesión territorial mientras se vuelve a la dialéctica guerracivilista.
Se acepta todo por unos ojos azules que, siendo negros, dejarían ver a su dueño guardar en su bolsa las treinta monedas de plata de la traición.