La lista de las 500 personas con las mayores fortunas del mundo de la revista Forbes incluye este año a diez españoles cuya historia muestra creatividad y esfuerzo, pero también bastante discreción. Casi todas se han hecho a sí mismas, aunque hay algún caso de segunda generación y solo uno que va más allá de la tercera.
Hay tres madrileños, tres gallegos, dos cántabros, un mallorquín y un catalán de adopción: en realidad un inmigrante, un charnego.
Los madrileños están relacionados con la construcción: Rafael del Pino, parcialmente gallego y presidente de Ferrovial, fundada por su padre, y las hermanas Koplowitz, hijas de un judío centroeuropeo que huyó del nazismo y que se integró en una alta sociedad madrileña admirable: en lo más duro del franquismo no fue antisemita, que era lo fácil entonces y por casi toda Europa.
Los gallegos: Amancio Ortega cuya riqueza se inició en un pequeño taller de confección, pero con unas ideas revolucionarias sobre la fabricación y distribución de ropa, y Rosalía Mera, su exmujer y socia en el imperio Zara. Otro gallego es el constructor Manuel Jové, creador de un sistema original de comercialización de sus obras.
Los cántabros son un hombre que empezó de cero, vendiendo libros, y que hoy es propietario del Grupo PRISA, Jesús de Polanco, y Emilio Botín, continuador de la saga de los banqueros, nacida en el siglo XIX.
El catalán charnego es Isak Andin, el sefardita fundador de Mango: otro ejemplo de la creatividad y el esfuerzo de tantos judíos que se adaptan a ambientes difíciles, como el del endogámico textil catalán.
Por último, el mallorquín Gabriel Escarrer, que reconstruyó el antes decadente imperio Meliá.
En esta lista sorprende que no haya ni un vasco ni un catalán de aquellos opulentos ricachones exhibicionistas que tenían antes el monopolio del poderío industrial y comercial español. En sus regiones, sus conciudadanos deberían preguntarse por qué no hay gente con las capacidades y la imagen de los diez de Forbes.