La UE, incapaz de controlar los onerosos sistemas de traducción a sus veinte idiomas oficiales, está desdeñando los secundarios, entre ellos el español, cuyos funcionarios han reaccionado iracundos contra este “desprecio a la segunda lengua de Occidente”.
En esto están de acuerdo Gobierno y Oposición: como el español lo hablan 400 millones de personas y es el idioma más estudiado en todo el planeta, tras el inglés, es inaceptable que se valore como el esloveno o el letón.
Pero si es ridícula la exigencia de Pérez (alias Carod-Rovira) y de los nacionalistas catalanes, gallegos y vascos de que sus idiomas regionales sean oficiales en la UE, lo es también pretender que el español sea como el inglés, el francés, el alemán o el italiano en Europa.
Porque esas cuatro lenguas tienen más hablantes en la Unión que el español. Pero también porque a la larga solo se usará inglés, que le ha usurpado al francés la categoría de “lingua franca” comunitaria.
El español se habla en una veintena de países: México, con casi 100 millones de habitantes, es la primera nación de hispanohablantes del mundo, y en EE.UU. hay 40 millones, casi tantos como en España.
Es cierto que el español está de moda por todo el planeta. Pero se permite que lo desprecien y persigan en distintas comunidades de su propio país de origen. Más valdría proteger el español en España que hacer patrioterismo por Europa.
La UE no tiene por qué considerar idioma continental prioritario a uno que es principalmente americano y el quinto entre sus miembros.
Los nacionalistas periféricos son grotescos pretendiendo que sus idiomas regionales sean considerados como los de los grandes estados europeos. Los patrioteros hispanos, en el Gobierno y en la Oposición, parecen también sus clones palurdos. Tienen que proteger el español en España pero no se atreven: por eso gritan en Europa, rehuyendo sus responsabilidades ante el propio país.