Admirable o detestable según las ocasiones, el juez Baltasar Garzón ha vuelto a romper normas al pedir que se investiguen los crímenes de la Guerra Civil en contra del acuerdo de silencio que se dieron los españoles durante la Transición.
Garzón dice que hay que descubrir a los culpables de las masacres que ensangrentaron el país en aquellos terribles años.
Casi todos los españoles tuvieron alguna víctima en sus familias, y si se ponen a buscar a sus verdugos pueden conseguir que el ejercicio termine muy mal, rompiendo amores, familias y amistades
El padre de quien escribe esta crónica estuvo dos veces ante pelotones de fusilamiento franquistas. Salvó milagrosamente la vida, y durante más de una década, tras la guerra, estuvo cerca de ser ejecutado varias veces frente a la tapia de un cementerio.
La vida siguió y muchos años después sus hijos supieron que quienes iban a matar a su padre, y que quizás habían asesinado a otros, eran víctimas de grandes remordimientos. Porque no eran asesinos profesionales, como los islamistas o los etarras, sino personas normales enloquecidas circunstancialmente por una situación que despertó la bestialidad humana.
En el otro bando ocurrió igual. Los perdedores asesinaron tanto como los ganadores. Gente normal que temporalmente liberó al monstruo que todos llevamos dentro.
Pasados unos años, los hijos de las víctimas y de los verdugos, de un lado y de otro, tuvieron que convivir. En las escuelas, en las calles. Muchos se hicieron amigos o novios. Y hubo bodas, hijos y nietos.
España está poblada por gente así. España es producto de esos encuentros. Quienes quieren remover el pasado encontrando culpables sufren, posiblemente, el complejo de Edipo: el amor a la madre democracia les impulsa peligrosamente a matar al padre fascista o rojo.