Los espías de los países democráticos se infiltran entre los enemigos para conocer sus planes y evitar sus crímenes, y desde 1978 los agentes españoles sirven a un Estado así.
Deberían ser desconocidos para todos nosotros. Pero muchos de ellos, por su propia torpeza, por las acciones de sus mandos o porque la prensa los espía para denunciarlos, suelen quedar al descubierto.
Últimamente, el espionaje a ETA parece estar bien organizado. Pero hay un periódico que saca a la luz a los agentes que informan sobre los islamistas, lo que puede facilitarles llevar adelante sus planes.
“El Mundo” le llama a eso periodismo de investigación, cuando es una delación suicida. Como algunas porteras o ese vecino que recuerda al Torrente de Santiago Segura, el diario madrileño es un peligroso deslenguado. A veces, parece un agente contrario.
Durante el franquismo, muchos que ahora tomamos como demócratas se ofrecían como confidentes: un diario asturiano ha denunciado que el militante del PSOE que supuestamente espiaba a un jefe islamista del 11M anteriormente había sido falangista. Vaya carrera: como dijo una ministra, “antes que cocinera fui fraila”.
Ahora “El Mundo” cuenta que el CNI ha introducido entre los islamistas a ocho agentes de los que da elementos como para que los terroristas no se fíen ya de nadie. La exclusiva periodística, cotilleo de vecindario, puede conseguir que los islamistas estén más libres para cumplir los designios de Alá.
Esto se añade a una tradición de salidas del armario del espionaje: la de Alberto Perote, el atolondrado Superagente 086 español; Moratinos, desvelando datos confidenciales de embajadas como la de Caracas, y Aznar, mostrando papeles secretos del CNI.
Lo peor: ningún país serio puede fiarse del espionaje español, cuyos agentes, ministros y presidentes son suicidas deslenguados, como algunos periódicos.