Cuarenta años después de promulgarse la Ley Fraga que aliviaba la asfixiante censura periodística del primer franquismo, todavía siguen vigentes algunos de sus artículos, demostración de que los políticos españoles le temen aún a la libertad de prensa.
Pronto serán sustituidos por un Estatuto del Periodista siguiendo un proyecto presentado por Izquierda Unida (IU) en el Parlamento para regular la libertad informativa, en contra del criterio de los profesionales agrupados en las Asociaciones de la Prensa.
Una nueva ofensiva censora elaborada por una coalición dirigida por el Partido Comunista de España (PCE), demócrata cuando luchaba contra Franco, pero realmente totalitario al estar sostenido ideológica y económicamente por tiranías peores que la franquista: la soviética y la rumana de Ceaucescu.
Una tradición censora que aún permanece: IU y el PCE justifican que se encarcele, por vendidos y traidores, a los periodistas cubanos que disienten del castrismo, aunque con la boca pequeña digan no estar de acuerdo. Estos días homenajean en Madrid el ministro de Asuntos Exteriores de la tiranía, apoyados por intelectuales y artistas bien conocidos.
Así que quien presenta en España un proyecto de regulación de las libertades informativas es un grupo atado a las peores dictaduras del pasado y a una contemporánea sumamente represora.
El Estatuto podría haber sido elaborado por el PSOE, por ejemplo, que no hereda esa vinculación con los totalitarismos. Y pese a ello, los periodistas también protestarían, como advierten sus Asociaciones, porque todos los políticos tienden a reducir la libertad informativa, un bien enormemente delicado sometido siempre a las presiones de los poderosos.
Resulta curiosa la fijación de la casi extinta ideología comunista, incluso en el siglo XXI, por controlar la información: amparándose en que quiere proteger laboralmente a los periodistas, se comporta, exactamente, como la zorra de la fábula que exige guardar a las gallinas.
NOTA:
Algunos lectores de las Crónicas Bárbaras la han sugerido al cronista que escriba sobre los periodistas en guerra, teniendo en cuenta su experiencia.
Antes de que naciera este blog había redactado varias crónicas desde esa vivencia, la primera de ellas el 10 de abril de 2003, poco después del fallecimiento de José Couso y de Julio Anguita Parrado en Irak.
En los próximos días aparecerán cinco crónicas más relacionadas con los corresponsales de guerra.
PERIODISTAS EN GUERRA
10/04/2003
En una guerra el periodista puede morir mientras redacta mentalmente cómo va a mostrar el horror del vuelo y olor de la metralla incandescente, los aullidos de los heridos en el vientre y los gorgoteos de los moribundos.
El periodista vive un éxtasis de exaltación, miedo –a veces se orina encima, como los soldados--, el autorreproche de por qué estoy aquí ahora, y, a la vez, palpa la muerte, las heces y la gloria: puedes rozar la historia sobreviviendo cada día, como los corredores de Fórmula I.
El periodista va a diseccionar la guerra y mostrar sus desastres, pero también a desmelenar su creatividad y avivar emociones taquicárdicas: te gobierna una droga dura como la heroína, la testosterona.
Julio Anguita Parrado y José Couso, los dos periodistas españoles muertos en Iraq, sabían a lo que iban y que podían perder la vida: todos los que van a una guerra deben estar preparados para caer en ella.
Anguita era un enamorado de Nueva York y de EE.UU.; se entrenó como corresponsal bélico entre norteamericanos y lo mataron los iraquíes como a cualquier norteamericano.
Couso: el sistema electrónico que lo vigilaba desde el tanque que le disparó quizás creyó que su cámara de televisión era el visor de un lanzamisiles; error yanqui más estúpido que criminal en una guerra en la que el fuego amigo mató más que el del enemigo.
Pero así son las guerras, y se va a ellas voluntariamente, esté o no implicada España con los contendientes.