El Guggenheim bilbaíno expone desde mediados de marzo hasta septiembre una muestra del arte azteca que podría tomarse como una alegoría de la violenta situación enquistada en el País Vasco, y que el nacionalismo oculta arteramente.
Ante las hordas de Jarrai, Haika, Segi, Batasunos y sucesores, los huevos de la serpiente etarra, cualquiera puede imaginarse el pánico que sentían los pueblos cercanos a los aztecas, aquella comunidad nacional caníbal que dominaban el centro de México hasta la llegada de Cortés.
Pocas veces podrá encontrarse el visitante de una exposición con un mundo tan brutal y, a la vez, tan cercano simbólicamente, porque ETA y muchos nacionalistas abertzales actúan como los aztecas con los ajenos a su tribu. Solo les falta la antropofagia con los que no son de su supuesta estirpe.
Los sanguinarios mexicas o aztecas cazaban carne humana de otras tribus para ofrecérsela a sus monstruosos dioses patrióticos. Lo que primero devoraban eran el corazón y los sesos. Comían el alma y la mente de sus maketos.
Aquellos caníbales de las lagunas y pantanos de lo que hoy es México capital exaltaban su propia grandeza, la de sus mitos: se creían la raza humana primigenia. Y comían a las otras tribus porque eran pueblos inferiores. ¿Le recuerda esto algo?.
Así, hasta la llegada de Hernán Cortés apoyado por los pueblos que eran ganado y para los que él era el liberador. No hubiera logrado conquistar México sin los nativos, que lo vieron como el redentor esperado para abatir la comunidad nacional mexica, unida por su muy afamada cocina y por sus fetiches patrióticos, lingüísticos y religiosos.
Quizás haya quien vea en esta exposición algo tan cotidiano que le ayudará a reflexionar y denunciar la mentalidad caníbal de los aztecas abertzales de su tierra.