Buena parte de la opinión pública y de la prensa comprende que usted quiera que en el aniversario del 11 de marzo no se divulguen imágenes de la masacre en los trenes madrileños en los que, además de su hijo, murieron 191 personas y otras 1.500 resultaron heridas, muchas mutiladas para siempre.
Pero seguramente se equivoca con su demanda: esos instantes, seleccionados sin rostros identificables si lo desean sus familiares, son necesarios para mantener el espíritu ciudadano frente al terrorismo.
Recuerde que en la lucha contra ETA hubo momentos en los que las imágenes más sangrientas le abrieron los ojos al mundo sobre la maldad de los asesinos, porque había quienes los creían héroes rebeldes.
Todo cambió cuando una niña, Irene Villa, agitaba los muñones de los que habían sido sus piernas un segundo antes, o tras la aparición del cadáver maniatado y sádicamente ejecutado de Miguel Ángel Blanco.
Debemos ver, sentir el horror. Debemos recordar quién y cómo es el enemigo. Usted es la madre de un muerto en los trenes y representa a una parte de las víctimas. Pero muchísimas otras quieren que rememoremos ejemplarmente aquella matanza.
Como lo quieren también los familiares del casi millar de cazados por ETA: saben que mantener viva la imagen de los suyos y la de los asesinos es imprescindible para vencer al terrorismo.
Su hijo, señora Manjón, no era un objetivo marcado. Los islamistas querían provocar una gran mortandad anónima. Y otros islamistas siguen preparando exterminios parecidos. Por eso debemos recordar que todos somos objetivo de su ciego fanatismo.
Cualquiera puede ser víctima ocasional, mientras que ETA exterminó a seres buscados por su nombre o por su trabajo. Los familiares de casi mil asesinados, ¡casi mil!, creen que las imágenes deben difundirse, y usted tiene que escucharlos, señora Manjón.