La burguesía catalana decía distinguirse por su europeidad de tintes parisinos, la ausencia de grandes escándalos públicos y la seguridad de que lo que emprendía era ejemplar, nada parecido a las chapuzas que caracterizaban a España.
Virtudes que quisieron adquirir algunos charnegos al estilo del independentista Pérez, alias Carod, hijo de un guardia civil aragonés que está deconstruyéndose para alcanzar el estatus de burgués catalán. Sabiamente, la burguesía catalana ha formado a sus cachorros, unos para ser de derechas, otros para servir a las izquierdas, de manera que siempre tendrá alguno en el poder. Quien quiera mandar en Cataluña tiene que ser o nacer burgués.
Ser burgués catalán libera de las contingencias que le destruyen a uno la vida en Madrid, donde la gente viene de todas partes, desraizada, se lanza a degüello y le cuenta a los periódicos todo lo sucio, feo y chapucero que ve.
Los burgueses catalanes, por el contrario, y como producto de su endogamia regional, característica imprescindible del nacionalismo dominante, han creado una omertá, un código mafioso de honor y silencio: hoy por ti, mañana por mí, no denuncio tus latrocinios, tus chapuzas, las de tu mujer y las de tu amante, pero tú haces lo mismo conmigo.
Tal acuerdo de silencios y tolerancias, acatado también por numerosos medios informativos, ha ido pudriendo los cimientos morales de notables áreas sociales catalanas, dedicadas solamente a discutir las vías para alejarse de España y mantener la omertá como única ley.
Así se explica el desastre del barrio Carmel de Barcelona, donde unas obras ponen en peligro a millares de personas que se descubren víctimas de chapuzas y latrocinios que la Generalitat y el Ayuntamiento, de derechas e izquierdas, quisieron ocultar imponiéndole una censura netamente franquista a los medios informativos.
La omertá de los burgueses y de quienes quieren serlo, como Pérez-Carod, exigió mutismo ante el desastre: franquismo años 40; aunque la escandalosa prensa del odiado Madrid lo denunció, y buena parte de la catalana tuvo que unírsele tibiamente después.