Ha tenido morir Yaser Arafat para que comience a vislumbrarse la posibilidad de paz entre palestinos e israelíes y para que importantes medios informativos internacionales pregunten insistentemente por el destino de 4.500 millones de dólares que la UE le donó al líder palestino, principalmente, cuando Miguel Ángel Moratinos era su interlocutor europeo.
Nadie parece saber dónde terminaron muchos de los 1.500 millones de dólares que se le entregaron entre 1994 y 2002, más 500 millones para los campos de refugiados, y otros 2.000 millones donados individualmente por los países de la Unión.
Buena parte de esa ayuda nunca llegó al pueblo palestino, y entre los pocos gastos que podrían justificarse está la edición de libros infantiles que llamaban al suicidio ritual y al martirio, como denunciaban distintos representantes de ese pueblo.
Hace poco más de un año que en las televisiones españolas aparecían reportajes laudatorios sobre Moratinos como plenipotenciario de la Unión Europea en el área, aunque ninguno hacía referencia al control de las ayudas que él administró para entregar durante sus siete años de mandato en una misión que fue un fracaso.
Porque en su presencia estallaron numerosos enfrentamientos y la segunda Intifada, una aventura que costó durante cuatro años casi 4.000 muertos palestinos y casi un millar de israelíes.
Aunque no fue solo Moratinos el culpable de la falta de energía pacifista o de la vigilancia sobre las ayudas, sino que hubo una actitud general de la UE en su rivalidad con EE.UU. por el control político del área.
Comienzan a levantarse las barreras del silencio y de lo ideológicamente correcto: que a nadie le extrañe si algún tribunal llama al ministro de Asuntos Exteriores español a testificar sobre los dineros desaparecidos durante sus años en el Oriente cercano.