Se le ve tan modoso y comedido, con tan buen talante, que pocos pueden creer que el presidente Zapatero tenga una personalidad audaz, incluso temeraria, que se revela cuando da discursos en los que sin reflexión previa saca de su chistera mil estrellitas maravillosas para hacernos felices.
Se le ocurren instantáneamente pasmosas soluciones para todos los problemas. Agita su varita mágica y crea puestos de trabajo, emisoras televisivas para unos amigos, fábricas nunca proyectadas, contratos para empresas en cierre, trenes de alta velocidad a ninguna parte, paz perpetua para el mundo gracias al sí del referéndum y más plegarse ante los secesionistas.
No es el Bambi que decía Alfonso Guerra, sino Harry Potter, el mago adolescente, o Tamariz, el rey de la magia potagia con sus cartas de veo no veo.
Seguro de su encanto, ZP llega a Sestao o a Galicia, promete que va a salvar a los astilleros españoles y, en efecto, al día siguiente, mil cuatrocientos trabajadores se van a la calle.
Ratifica que habrá AVE a cualquier ciudad y todos felices, pero viene detrás Malena la ministra de infraestructuras, dice que no y levanta las vías que ya se habían instalado.
Va a Barcelona a confortar piadosamente a las víctimas del hundimiento del barrio del Carmelo, besa a una niña, y ésta llora emocionada, como hizo otra niña tras un ósculo de doña Carmen Polo de Franco en ocasión parecida.
Y así, todo. Trota por la vida alegremente: mantiene la osadía inconsciente del primer Bambi y, como Harry o Tamariz, regala palabras y promesas de viento con su varita milagrosa.
Promete la paz mundial: así, lógicamente, tiene a medio país embrujado, y quienes dicen que todo es palabrería populista, puro peronismo, trucado juego de manos, son unos aguafiestas.